Se calcula que entre el 7% y el 12% de nuestros conciudadanos que trabajan tienen adicción al trabajo. Unos, se sienten como culpables si no están trabajando, otros con ansiedad cuando están de descanso semanal y, en muchos de los casos, el estrés hace su aparición que ocultamente se intenta mitigar con el alcohol, los tranquilizantes o la cocaína. A la postre, se toca fondo y si no se baja el ritmo, se pone en grave riesgo la salud del afectado con la impronta de problemas cardiovasculares, gastrointestinales e incluso diabetes por episodios prolongados de estrés o simplemente emocionales.

Lo curioso del problema que apuntamos es que desde una mediocre visión empresarial, la obsesión por el trabajo está bien vista y hasta reconocida económicamente. Gravísimo error puesto que el adicto a trabajar compulsivamente, raramente delega en sus funciones lo que crea una insatisfacción en los compañeros que comparten su carrera profesional. A esto hay que añadir que la adicción se da en profesionales que ocupan puestos directivos en las empresas con horarios rígidos y jornadas maratonianas que, aparentemente, ofrecen un excelente rendimiento y retos tan ambiciosos que al final no se pueden cumplir. Así, se entra en un círculo vicioso en el que se termina comiendo mal y durmiendo insuficientemente lo que conlleva una pérdida del rendimiento y un verdadero problema para su empresa.

La persona afectada por tal tipo de patología se hace muy competitiva exigiendo a su entorno un ritmo tan elevado que termina sin poder trabajar en equipo, originando constantes tensiones en sus relaciones con el resto de compañeros. Lamentablemente, éste tipo de individuos, florecen en demasía en los diversos campos de las grandes multinacionales donde las mismas asumen como filosofía positiva la tendencia al trabajo abrumador, aunque, en realidad, tenga más de aparente que de efectividad. El mundo de las grandes consultoras puede ser un buen ejemplo de lo que decimos (salir el último de la oficina o del despacho se convierte en un hábito que no supone o no implica en modo alguno un mejor trabajo). Flaco favor, en tal sentido, se está haciendo a la propia empresa, pues no es lo mismo la adicción que el legítimo compromiso con la organización.

Trabajar contrarreloj, trabajar duro sin disfrutar, estar siempre ocupado, comer y hablar por teléfono o apuntar notas referidas al trabajo, obsesionarse por la agenda, ambicionar, cueste lo que cueste y caiga quien caiga, el reconocimiento del superior para hacer carrera… son síntomas de una adicción al trabajo que, aunque a veces hasta simulada, va más allá del mero compromiso y se convierte en un factor que rompe el deseado equilibrio entre el trabajo y la vida personal, cuyas consecuencias se traducen en ansiedad para el profesional e ineficacia para con su empresa. Aquí, surge la contradicción, la paradoja. Si el ejecutivo le debe a la organización y a sus empleados el no permitir que haya personas improductivas en puestos importantes, ¿hasta qué punto puede controlar él mismo su propia improductividad para exigírsela a los demás? El sistema así, se hace perverso.

La adicción al trabajo que comentamos, no hace a la persona delegar sino actuar y tomar decisiones incompetentes. Si la dedicación al trabajo la convertimos en una cuestión de supervivencia, el trabajo será en sí mismo una olla a presión, que pasará factura a los empleadores y a los empleados. La nueva dinámica social exige que el tiempo libre sea el otro platillo de una balanza equilibrada entre lo laboral y lo familiar-social. La cultura empresarial de las nuevas generaciones ha de alejarse del extendido mundo de la apariencia para concentrarse en lo que nosotros denominamos trabajo del bienestar. No se trata de salir más tarde del trabajo para aparentar sino de marchar a casa felizmente desconectado.

Además, sabido es –recordemos un interesante estudio británico sobre la eficacia del trabajo del ejecutivo-, que un 35% de la jornada diaria de los ejecutivos se pierde, es absolutamente improductiva, entre reuniones sin consistencia, llamadas por teléfono y requerimientos caprichosos y a destiempo de jefes impositivos. Así pues, lo racionalmente productivo en la empresa es evaluar, en primera instancia, las estrategias de recuperación frente al estrés y cómo afectan estas a la productividad y el bienestar psicológico de los empleados, para comprobar también las percepciones de los clientes y subordinados de los directivos, al tiempo que se descubre al compulsivo aparente.

La disciplina preventiva de la Psicosociología Aplicada, escasísimamente desarrollada e implantada en nuestras organizaciones, puede ser un valioso instrumento que nos devele quién trabaja compulsivamente y quién trabaja con buen rendimiento, amén de descubrirnos otras patologías importantes derivadas del mundo obsesivo del trabajo de supervivencia o de ambición, cuales son aquellas de la depresión, el estrés, el mobbing o la falacia del trabajador impostor o de apariencia.

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Antonio Sánchez Cervera

Antonio Sánchez Cervera – Socio de ACERVERA Abogados – Doctor en Derecho, Inspector de Trabajo excedente, Auditor de Sistemas de Prevención – Revista Prevention World Magazine nº 34

Fuente Prevention World Magazine nº 34

Este contenido ha sido publicado en la sección Artículos Técnicos de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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