Cánceres e infartos son los soportes de la desolación de los ex trabajadores de la empresa Electroquímica Andaluza, cuya exposición al mercurio sin protección durante su etapa laboral les aboca a una muerte tan lenta como inexorable. Desde 1978 han sido 15 los empleados, sobre una plantilla de 80, que han fallecido a edad temprana, víctimas del contacto con el metal.
Empleados de Electroquímica, ayer durante su protesta. Manuel Miró La empresa, que fabricaba cloro y sosa cáustica en el municipio jiennense de Jódar, cerró sus puertas en 1991, pero aún hoy, 10 años después de su clausura, se encuentran restos de mercurio en los análisis que se realizan a los trabajadores. Así lo asegura el presidente de la asociación, Antonio Martínez, quien indica que la permanencia del metal en los órganos vitales le convierten en una bomba de relojería: «Te programa la fecha de tu muerte».
El mercurio conquista en silencio las piezas básicas del cuerpo. Sin hacer ruido, antes de irrumpir en escena coloniza la sangre, los riñones, el corazón. Sólo desde la prevención es posible combatir con éxito el hidragerismo. Pero la prevención laboral es en Andalucía un concepto moderno, según recuerda el presidente de la asociación. Asegura que no existían mecanismos de control de la toxicidad en 1971, cuando la fábrica comenzó su actividad industrial.
Los trabajadores realizaban su labor sin mascarillas durante los primeros años. Las que les dieron después duraban sólo un cuarto de hora, pero no las recambiaban hasta los seis meses. En la fábrica tampoco existían filtros en el sistema de producción, de manera que el mercurio, de cuando en cuando, campaba a sus anchas por las instalaciones y accedía a los empleados a través de los poros de la piel, del pelo y, sobre todo, de las vías respiratorias.
La falta de prevención llegó hasta tal punto que la plantilla llevaba a sus domicilios la ropa de faena, adobada en mercurio y cloro, para lavarla con el resto de la colada. Martínez sospecha que ahí está la causa de las malformaciones que presentan hijos de los trabajadores. Uno nació incluso sin columna vertebral.
El presidente asegura que la situación no es achacable a la parte laboral porque la plantilla no demoró la batalla. Cuando en 1978 murió el primer trabajador, a los 36 años de edad, el comité de empresa se movilizó. Comenzó a realizar denuncias ante los organismos oficiales para que se llevaran a cabo inspecciones. Las mediciones confirmaron los temores: «Siempre estaban por encima de lo que permitía la ley».
La ausencia de medidas de prevención ha matado a una quincena de trabajadores. De hecho, en la actualidad uno se repone de un infarto. La sensación que deja la incertidumbre en el ánimo de la plantilla la sintetiza el presidente de la asociación: «Vivimos en un sufrimiento constante».
Los empleados no están dispuestos a quedarse de brazos cruzados mientras las administraciones les tratan con el pie. Han decidido batallar para que se tipifique su enfermedad como profesional.
Al objeto de conseguir ambos objetivos la plantilla se concentró ayer ante sedes de las administraciones públicas en Jaén con la intención de entregar un escrito con sus reivindicaciones al director provincial del Instituto Nacional de la Seguridad Social y al delegado de Salud.
CUANTIOSAS INDEMNIZACIONES
La asociación que los engloba considera que la catalogación de enfermedad profesional debe abarcar al conjunto de los trabajadores. Actualmente sólo un tercio tiene acreditada oficialmente la invalidez profesional. Pretende también que el SAS ponga a su servicio a personal facultativo especializado.
Frente a la actitud cicatera de las administraciones públicas, los empleados destacan la acción de la justicia. Hasta el momento los juzgados de lo social de Jaén han dictado más de 30 sentencias favorables a los trabajadores. En las resoluciones, que acreditan la existencia de enfermedad profesional, se insta a la empresa propietaria, Uralitas, a que indemnice a cada uno con cantidades que oscilan entre los 10 y los 26 millones de pesetas.
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