Hace unos días, en el contexto del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, se difundían datos oficiales sobre el incremento de los subsidios por permiso de maternidad (y paternidad), instituidos para favorecer la armonía entre trabajo y familia. Ese tipo de medidas resulta altamente plausible, como muestra la experiencia de países europeos, como Suecia, Holanda o Francia, por poner ejemplos de culturas diversas.
En cambio, España, junto con Italia, presenta algunas paradojas que merecen ser destacadas: a la baja tasa de fertilidad, récord negativo mundial, se corresponde una baja participación de la mujer en el ámbito laboral. No existe, pues, contraposición directa entre trabajo y maternidad. Las causas de la escasa natalidad y, por tanto, las medidas correctoras, han de buscarse en otros campos, sin dejar lógicamente de continuar elevando en la medida de lo posible los subsidios mencionados.
En el Reino Unido se elaboró hace años un índice con las normas jurídicas que benefician a la mujer trabajadora, y con los servicios disponibles en favor de las madres y los niños de menos de tres años. El índice se estableció de uno a 17. Destacaban Francia, Suecia y Dinamarca (3,7, 5,3 y 7, respectivamente). Quedaban al final Grecia, España e Italia (14,3, 12,8, 10,3). Son también las tres naciones en que el gasto público en pro de la familia está a la cola de Europa.
Un estudio econométrico que acaba de realizarse en la Universidad de Turín confirma la hipótesis intuida por tantos sobre las motivaciones de la mujer que desea tener hijos y participar activamente en la vida profesional: la disponibilidad de una amplia red de guarderías y escuelas infantiles, y la difusión de los contratos a tiempo parcial. Por ahí deberían ir los proyectos políticos, prescindiendo de actitudes más bien demagógicas.
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