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Las profesiones y puestos de trabajo en los que la capacidad de control es prácticamente nula son los que generan más estrés al tener que realizarse una labor de la que el trabajador es responsable, pero ante la cual no se le han atribuido competencias para controlarla.

Responsabilidad excesiva, trabajo en condiciones frenéticas, soledad en los momentos difíciles y estrés forman parte del tributo que debe pagar por su cargo cualquier directivo de empresa. ¿Realidad o mito? Frecuentemente se da por hecho que profesionales como los banqueros son el paradigma de los efectos adversos del mundo laboral sobre el equilibrio psíquico. Si esto es así, a nadie debe extrañar que Ángel Corcóstegui, ex vicepresidente y consejero delegado del Santander Central Hispano, declarase el pasado lunes en la Audiencia Nacional que se jubiló de forma anticipada por el “estrés insoportable” al que estaba sometido.

Y, después de tantos años de dedicación, ¿qué menos que 108 millones de euros para ir tirando? Ante las acusaciones de delito societario y apropiación indebida, Corcóstegui se defendió aludiendo a uno de los lastres que deben soportar los altos cargos: la excesiva presión psicológica. El banquero podría ser la viva imagen del personaje estresado que no tiene más remedio que dejar su trabajo. Pero ¿hasta qué punto es cierta esta visión de la tensión que sufren los ejecutivos? ¿Los directivos de empresa constituyen el colectivo más dañado por el estrés?

Profesiones estresantes

En los primeros puestos del ránking de profesionales más afectados se encuentran, entre otros, los policías, los controladores aéreos, los mineros, los dentistas y los funcionarios de prisiones. Si bien no hay acuerdo sobre el puesto que ocupa cada uno de estos grupos en la lista de los más perjudicados, los especialistas tienen claro cuáles son los perfiles que reúnen todas las papeletas para padecer trastornos derivados del trabajo.

Un caso claro se da cuando a una persona se le encomienda una tarea que exige un esfuerzo extraordinario pero se le otorga poca o ninguna capacidad de control. Esta situación suele darse en quienes ostentan los puestos intermedios de las empresas, que a menudo experimentan con impotencia una marcada desproporción entre sus expectativas y sus logros.

En muchos casos esta incapacidad de desarrollo profesional pleno se debe a que no se les ofrece toda la información necesaria para actuar, o se les priva de las instrucciones adecuadas. Otro ejemplo es el de aquéllos que tienen una sobrecarga de trabajo de forma permanente, como los taxistas. Estos profesionales constituyen, según Julio Bobes, catedrático de psiquiatría de la Universidad de Oviedo, un “modelo ideal para el estudio del estrés”, porque reciben una cantidad insoportable de estímulos de su entorno durante su interminable jornada laboral.

Responsabilidad y control

El trabajo que hacen los altos ejecutivos supone una dedicación total y una presión ingente, pero con pleno control de lo que hacen. En palabras de Bobes, “no hay ningún directivo que haya pasado de cero a 100”, sino que en todos los supuestos hay una preparación previa, un entrenamiento en la toma de decisiones. José Luis González de Rivera, jefe del servicio de Psiquiatría de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid, también cree que en los cargos no directivos pero cualificados “lo que hace estresante la responsabilidad es la poca capacidad de influir en la situación”.

Los dos expertos coinciden en señalar que el control que asegura el bienestar psicológico del alto directivo se puede ver alterado cuando lleva a cabo maniobras de alto riesgo o pierde poder debido a cambios radicales como una fusión con otra compañía. Este último supuesto es, según González de Rivera, “tremendamente devastador”, puesto que “cuando a una persona acostumbrada a mandar le quitan atribuciones, sufre una angustia enorme”.

En cualquier caso, el agobio que sufren los altos ejecutivos es distinto al que padecen otros colectivos. La tensión a la que están sometidos no es percibida como algo negativo, sino como un estímulo, un desafío. “Es un estrés bien llevado, un esfuerzo rentable”, recalca Alfredo Martínez Plaza, médico del Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo. Esto no quiere decir que «no puedan padecer las habituales repercusiones para la salud».

Bajas laborales

Por otra parte, las bajas laborales por estrés se producen sobre todo en las personas que no están motivadas y no en los empresarios. De hecho, éstos sólo acaban en la consulta de un psiquiatra cuando las cosas les van mal en el trabajo. “Los que consiguen sus objetivos no acuden a asesorarse”, apunta Julio Bobes. Los triunfadores no llegan a sentirse afectados porque “la competitividad les impulsa a continuar, hace que salgan reforzados del sobreesfuerzo y no renuncien a la sobrecarga de trabajo”.

Otra diferencia entre los directivos y quienes tienen poco o nada de poder es que, aunque las consecuencias para quien padece el trastorno son las mismas, varían las personas en quienes se desahogan. “En un banco, será el subordinado, y en el caso de un albañil, en su familia”, aclara Bobes.

Por supuesto, la personalidad y la situación familiar juegan un papel crucial en la reacción ante los avatares profesionales. “Aunque por la situación laboral en sí no podamos entender que alguien padezca estrés, hay otros elementos que pueden estar influyendo”, asevera Martínez Plaza.

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Expansión y Empleo

Este contenido ha sido publicado en la sección Noticias de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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