No es casualidad que Lewis Carroll haya puesto a un sombrerero loco en su famosísima novela Alicia en el país de las maravillas. En efecto, en la época en que vivió el autor era muy conocido que muchos artesanos fabricantes de sombreros o talabarteros sufrían de lo que hoy llamaríamos desórdenes neurológicos, pero que en ese momento se les calificaba como dementes o locos. Los pobres sombrereros fueron víctimas, ni más ni menos, que de una intoxicación crónica por mercurio debida a los compuestos ricos en ese metal que usaban para confeccionar sus sombreros.

En la actualidad se sabe que uno de los sitios de acumulación de mercurio en el cuerpo humano es el cerebro y sus efectos van desde daños en las funciones sensoriales y visuales, hasta defectos en las transmisiones sinápticas (forma en la que el sistema nervioso manda sus señales) y debilidad muscular.

El estudio del efecto de los metales pesados no es algo nuevo sino que ha sido objeto de investigación desde épocas ancestrales. En el año 370 a.c., Hipócrates describió por primera vez cólicos abdominales en hombres que extraían metales de las minas. La intoxicación por ingestión de mercurio y arsénico se describió en 387 y 372 a.c. por Theofrastus y Erebos, respectivamente; sin embargo, hasta el día de hoy no se conocen con exactitud todos los mecanismos de acción que conllevan a los metales pesados a tener efectos tóxicos.

Fuentes de contaminación por mercurio

El mercurio es uno de los contaminantes más peligrosos por su capacidad de biomagnificación; es decir, sus efectos se acumulan y se transmiten de unas especies biológicas a otras.

Las principales fuentes de contaminación son la natural, debida a los desprendimientos o el desgaste de la corteza terrestre y, la causada por el hombre, también llamada antropogénica, siendo ésta la más abundante del total, en un 75%.

El mercurio se utiliza en la industria para la manufactura de equipo eléctrico y científico (baterías, lámparas, termómetros, barómetros, etc.) Su uso en pesticidas, conservadores de semillas, pinturas y cosméticos se han restringido en algunos países, pero todavía existen muchas compañías que lo ocupan.

Otro uso muy controvertido son las amalgamas dentales, ya que éstas desprenden vapores tóxicos que afectan principalmente a los dentistas y técnicos dentales. La mayor parte de los estudiosos que se han dedicado a analizar este efecto aseguran que la gente común y corriente que tiene amalgamas en los dientes o muelas no está expuesta a ningún riesgo de intoxicación ya que las cantidades de mercurio a las que se expone son mínimas.

Además se han hecho estudios en los que se han medido los niveles de mercurio en la sangre de los trabajadores expuestos al metal, como los fabricantes de termómetros, los técnicos dentales y dentistas; en los resultados se observó que la concentración se observó que la concentración en la mayoría de ellos estaba por debajo de los niveles permisibles en el cuerpo.1

Sin embargo existen reportes de varios casos en los que los niveles de mercurio en la sangre de los trabajadores expuestos sí rebasan los límites permisibles. No será raro encontrar dentro de algunos años a un dentista loco como protagonista de algún cuento infantil.

La forma de intoxicación por mercurio más frecuente en las personas que no se encuentran dentro de los grupos de riesgo ocupacionalmente expuestos, es la ingestión de pescado. Esto se debe a que el medio acuático es uno de los más contaminados. Las fábricas lo desechan y se depositan en el sedimento donde las plantas marinas lo absorben. Los organismos herbívoros que se alimentan de ellas a la vez que se contaminan lo trasmiten a los peces de la zona y además animales de las cadenas alimenticias acuáticas como lo son las aves y mamíferos marinos. Este fenómeno que se mencionó anteriormente como biomagnificación se debe a que el mercurio que absorben los organismos vivos, ya sean plantas, peces u hombres, no se elimina sino que se va acumulando.

Medición de los niveles de contaminación por mercurio

Las primeras investigaciones sobre los niveles de contaminación por mercurio en los nichos acuáticos se enfrentaron a un problema básico: no se conocía una manera confiable de medición para conocer las cantidades existentes del metal. De manera que no se podía llevar a cabo un estudio comparativo de los niveles presentes en esa misma zona en años anteriores.

En un primer acercamiento se intentó medir la concentración de mercurio en el hielo polar sin tener mucho éxito. En la actualidad se han recuperado los problemas señalados al usarse algunos organismos como monitores biológicos. Entre ellos se encuentran las plantas acuáticas que pueden absorber mercurio en un sitio y al ser arrastradas transportarlo a otros, contribuyendo al fenómeno de biomagnificación. Se han hallado depósitos de mercurio en hígado y riñón de mamíferos marinos y en muestras de pelo de osos polares. Otro monitor importante son las plumas de aves marinas, ya que al alimentarse de peces absorben y acumulan el metal por lo que éstas son marcadores excelentes que indican los niveles de contaminación en los mares y lagos.

La ventaja que presentan estos monitores biológicos sobre otros es que existen colecciones de aves disecadas en los museos cuyas plumas son referentes de comparación con los niveles de mercurio que se encuentran en las plumas de aves de la misma especie y zona geográfica colectadas hoy día. Con este tipo de marcadores se ha detectado que en los últimos 50 años se ha dado un incremento considerable en las concentraciones de mercurio en el ambiente acuático.

Efectos tóxicos celulares y subcelulares
Con base en sus características toxicológicas, el mercurio se presenta en tres formas: mercurio inorgánico (Hg+2) que se encuentra como óxido de mercurio; el mercurio elemental (Hg0) y el mercurio orgánico o metil-mercurio. El cloruro de mercurio se acumula de manera primordial en el riñón, el sistema nervioso central, así como en el hígado; el mercurio elemental parece ser que presenta menos efectos, pero el metal-mercurio es la forma más tóxica para los seres vivos debido a la gran capacidad que tiene para atravesar membranas celulalres, así como las barreras hematoencefálica y placentaria. 2

A pesar de los efectos tóxicos provocados por este metal pesado, poco es lo que se sabe sobre su mecanismo de acción. Además de sus efectos sobre el sistemas nervioso a nivel de metabolismo celular, hay evidencias de que interfiere con la síntesis de proteínas y ácidos nucléicos. Se ha reportado también que se pega a algunas enzimas produciendo daños o muerte celular. Un efecto importante sobre el metabolismo celular es que acelera la frecuencia de divisiones celulares.

Este artículo no pretende ser amarillista ni exhortar a las personas a dejar de consumir pescado o a renunciar a visitar al dentista, sólo busca crear conciencia en el lector sobre el daño ecológico que producen los metales pesados, espédificamente el mercurio, y de una manera optimista, enterarlo de que existe gente que se preocupa por tratar de detener esa contaminación.

En México y en otros países se realizan investigaciones para conocer mejor los efectos tóxicos del mercurio en los organismos vivos a nivel macroscópico, a nivel celular y subcelular. Si se conocen los daños que produce el mercurio será más fácil combatirlos. Sin embargo, siempre es mejor prevenir que lamentar, por lo que en lugar de combatir los efectos nocivos del mercurio, al igual que los de otros metales, lo mejor será tratar de evitar su desecho indiscriminado y la contaminación que provoca en el medio ambiente.

1 El nivel mínimo permisible es de 10 microgramos por litro de mercurio en la sangre. La mayor parte de los trabajadores de esos estudios tenían 3.4 microgramos por litro (un microgramo es igual a 0.000001 gramos).
2 La barrera hematoencefálica es la que separa la circulación sanguínea que irriga al sistema nervioso del resto del cuerpo y, la barrera placentaria separa la circulación sanguínea del feto en una mujer embarazada.

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Mina Konigsberg – Casa del Tiempo, Revista de la Dirección de Difusión Cultural, Universidad Autónoma Metropolitana, Volumen XIV, Epoca II, No. 75.

Fuente

Este contenido ha sido publicado en la sección Artículos Técnicos de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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