Las sociedades industriales han venido desarrollando progresivamente una racionalización de la organización productiva, que hacía poco o ningún esfuerzo por prever o disminuir sus múltiples consecuencias en las personas y el medio ambiente. Es a partir sobre todo de los años ochenta, cuando se da un importante giro en las relaciones entre las corporaciones y las políticas públicas. Se toma conciencia de que el medio ambiente no puede ser considerado como un bien libre y los diferentes Estados empiezan a velar por el cumplimiento de ciertos parámetros mínimos, apoyados en el nuevo concepto de desarrollo sostenible.

Asimismo, se reconoce el alto coste de la siniestralidad laboral y sus consecuencias en la calidad de productos y servicios; de ahí la potenciación de los campos relacionados con la Seguridad y la Salud y la nueva óptica de Prevención. Se produce un boom de programas de Educación para la Salud en diversos ámbitos que posteriormente vendrá respaldado por las diferentes legislaciones educativas, donde se recoge de manera explícita toda esta línea de pensamiento y actuación.

Las referencias al medio ambiente, la salud o la higiene, así como a la utilización activa, a la vez que respetuosa con el medio, del ocio y el tiempo libre son constantes. En nuestro país, el propio desarrollo de la LOGSE impulsará la Salud como materia transversal facilitando así su presencia en los centros -al menos en teoría- más en la filosofía del aprendizaje de actitudes o pautas que como contenidos instructivos propiamente dichos. Sin embargo, tales esfuerzos formativos han ido dirigidos fundamentalmente a la esfera de la Salud Pública relegando lo Laboral a lo anecdótico o inexistente; de tal forma que son pocos ya quienes desconocen los efectos perniciosos del tabaco, el alcohol y algunas grasas y, sin embargo, poco o nada se sabe sobre contaminantes físicos, químicos, biológicos o psicosociales que pueden acabar con el equilibrio fisiológico y mental del sujeto o con el sujeto mismo. Dicho déficit era especialmente llamativo en Formación Profesional, donde los alumnos trabajaban o aprendían a hacerlo con máquinas que cortan, atrapan o aplastan y con contaminantes de diverso orden, muchas veces con las solas instrucciones dictadas de forma precipitada o irregular ya en el taller o laboratorio y poco antes de empezar la tarea.

Así las cosas, no es difícil encontrar a muchas personas cuidadosas con su Salud, la de su familia, el entorno y la Seguridad en el hogar que abandonan cualquier tipo de pauta saludable al entrar en la oficina o la fábrica. Y no digamos del diferente celo en la utilización de los recursos en ambos contextos. Esta circunstancia está estrechamente relacionada con la confusión en la propia delimitación conceptual del término Salud. Actualmente existe un consenso generalizado, en la línea de las directrices que emanan de diversos organismos internacionales y en particular de la OMS, en definir la Salud como el estado completo de bienestar bio-psico-social del individuo y no sólo como la mera ausencia de enfermedad. Tal concepción trasciende la visión médico-sanitaria para retomar el protagonismo de la comunidad en la construcción de su propia salud en relación interdependiente con el marco ecológico en que se desenvuelve. Está claro que una visión menos restrictiva de tal campo temático que aboga, en último extremo, por una nueva relación más equilibrada, comunicativa y saludable de la sociedad con el entorno, habrá de diversificar la acción formativa desde la educación ambiental e higiénica hasta el desarrollo psicosocial, pasando por aspectos como el consumo y las drogas.

Afortunadamente, las Administraciones Educativas han empezado a abrir cauces de mejora a esta situación deficitaria impulsando acciones específicas de Formación en Prevención de Riesgos Laborales, especialmente en el seno de la FP. El módulo profesional de Formación y Orientación Laboral (FOL), común a todos los ciclos formativos, pretende entre otras cosas que los futuros profesionales aprendan a detectar las situaciones de riesgo más habituales en el trabajo, así como la utilización de los mecanismos de prevención y protección pertinentes, aplicar las medidas de atención primaria básica en el lugar del accidente cuando éste se produce e interpretar el marco legal del trabajo distinguiendo los derechos y obligaciones que emanan de la relación laboral. En diversos ciclos formativos de profesiones que presentan riesgos específicos se imparten módulos profesionales de seguridad adaptados a los mismos. Y finalmente, existe la impartición de formación a futuros profesionales cuyo campo de actuación está directamente relacionado con la prevención como es el caso del Técnico Superior en Química Ambiental, Salud Ambiental o el reciente y polémico Técnico Superior en Prevención de Riesgos Profesionales.

El subsistema de la Formación Ocupacional (FPO) presenta sus propias particularidades. Parafraseando a Ebbinghaus podemos decir que la Formación Profesional Ocupacional tiene una corta historia y un largo pasado. Hace mucho tiempo que se comprendió la importancia de la formación para el reciclaje del trabajador y el papel que ésta juega en la inserción sociolaboral pero hace relativamente menos tiempo que se estableció el compromiso real de los Estados en el desarrollo de este tipo de formación. La confluencia de muy diversos agentes en la implementación de la FPO (Administración Pública, empresa privada, sindicatos, empresarios…) y su situación en el espacio complementario entre la educación escolar y el mundo del trabajo, hace de la misma un campo abonado al cambio, o al menos mucho menos inmovilista que la Formación Profesional académica tradicional. Por eso, y también por el mimetismo en la confección de los planes formativos entre las instituciones, la Salud Laboral ha visto facilitada su penetración en forma de módulos complementarios a los contenidos específicos de cada curso. Pero los mismos condicionantes que han propiciado esta circunstancia, hacen de su impartición algo discontinuo e irregular. Los enfoques son muy diversos dependiendo de los profesionales que trabajen el tema:

– Muy centrado en los derechos y obligaciones de trabajadores y empresarios puede quedar la percepción de estar ante un problema exclusivamente legalista de poca repercusión real en la mejora de las condiciones de trabajo, cambiando poco la orientación psicológica del sujeto hacia el problema.

– Algunas opciones, supuestamente más técnicas, han primado la exposición de toda una parafernalia de equipos de protección, rompiendo la propia lógica de la acción preventiva.

– Otras, han sido muy mediatizadas por la Medicina, tendiendo a situar el problema en manos de la profesionalidad de los sanitarios. Queda entonces la imagen del trabajador impotente ante unos riesgos que le vienen impuestos y que no está “preparado” para identificar ni afrontar.

No es ninguna novedad afirmar que las disciplinas de la Prevención no pueden ser excluyentes entre sí y que la formación en Salud Laboral, por lo mismo, ha de poseer una perspectiva interdisciplinar aunque, tal y como se vienen desarrollando muchas acciones formativas, teñidas de cierta orientación corporativista de diverso signo según los actores, merece la pena recordarlo. Además, teniendo en cuenta la situación del mercado de trabajo, que impone hoy la polivalencia y la rotación, la formación en Salud Laboral no se puede centrar exclusivamente en el estudio de riesgos específicos para una profesión determinada. La transmisión de una serie de principios preventivos básicos y pautas saludables de actuación, que más tienen que ver con una mentalidad o actitud activa frente a la propia seguridad y salud que a un conocimiento exhaustivo a la vez que interino de los diversos contaminantes puede ser el primer paso. Como vemos, se está haciendo un importante esfuerzo por vertebrar la Prevención de Riesgos Laborales a lo largo de todo el Sistema Educativo. Tal vez la lentitud de los cambios sea exasperante pero la única forma de conseguir resultados duraderos y de amplio calado es mediante la formación de la población a todos los niveles y aquí no cabe la improvisación. Sólo queda pues retomar una confianza cierta y decidida en la enseñanza y su efecto multiplicador, en la seriedad de los profesionales que trabajen el tema y en el celo de la Administración en controlar que las acciones se realizan conforme a los objetivos de mejoramiento de las condiciones de trabajo que todos perseguimos.

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David Cobos Sanchiz – FOREM, Sevilla

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Este contenido ha sido publicado en la sección Artículos Técnicos de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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