Una mujer contratada por Sonpetrol pero que trabajaba para Repsol-YPF ha sido reconocida por la Seguridad Social como víctima de mobbing y se le ha otorgado la invalidez total, uno de los primeros casos de la provincia. La resolución fue avalada por el Juzgado de lo Social. La víctima, según la inspectora de trabajo, sufrió ataques con actitudes de aislamiento social y a su vida privada así como aspectos relacionados con los rumores. El problema lo tuvo sólo con su jefe directo, que le hizo la vida imposible. Incluso tuvo que trabajar en un despacho que había sido ocupado por un perro.
«Ir a trabajar cada día me suponía un martirio, era la muerte». E.P.B. todavía recuerda los suplicios que le suponía cada día dirigirse desde su casa a su oficina, situada en Els Garidells. A pesar de haber transcurrido dos años, las secuelas todavía perduran. Pendiente de obtener el certificado de minusvalía, cada tres meses acude al psiquiatra. Asegura que no puede volver a trabajar con un jefe, tampoco puede pasarse mucho tiempo concentrándose en una tarea, como por ejemplo delante del ordenador: «No quiero tener jefe, tengo miedo que alguien me mande». No es para menos. Durante más de un año tuvo que soportar el acoso y derribo de su superior.
La mujer fue contratada, el 3 de julio de 2000, por Sonpetrol España SA como secretaria en el centro de trabajo para realizar los trabajos propios de su categoría profesional, aunque sólo trabajaría para Repsol, según exigencias de la misma y que su jefe directo sería el responsable de los proyectos de perforación en la planta de Els Garidells. Su ocupación sería la que ya conocía de otras ocasiones -ya había estado vinculada con Repsol-, la de secretaria de departamento (organización de archivo, fotocopias, faxes, teléfono, ordenador, seguimiento de vuelos de helicóptero hasta la plataforma y saber desenvolverse en inglés».
Su primer despacho, compartido con uno de los muchos contratistas de Repsol, era muy correcto y disponía de los elementos indispensables. Con la llegada de un consulting más, la reubicaron en un espacio que se encontraba junto a la pared de unos lavabos, con un hedor insoportable, lugar que anteriormente ocupó un perro de su jefe. Quedaban todavía pelos del can, buena parte de ellos en el aparato de aire condicionado. La trabajadora asegura que su jefe incluso comentó con los guardias de seguridad que ella no servía para nada, que la mantenían porque les causaba lástima. En el mes de noviembre, con el cambio de jefe, la cosa mejoró. Pero duró poco. De nuevo, volvieron «los continuos ardores, insomnio, tristeza, falta de autoestima y miedo». Una fotografía en la que salían la afectada y otro trabajador tomada en una fiesta fue escaneada y reenviada por correo electrónico bajo el epígrafe «se confirma el rumor». Un día que tenía permiso su jefe la llamó por teléfono para increparla del por qué no estaba en su puesto de trabajo. Cinco meses antes de terminar el contrato, le dieron la baja laboral.
La Inspección Provincial de Trabajo de Tarragona abrió un expediente para investigar el caso cuya conclusión es que «existen indicios suficientes para establecer la relación causa-efecto entre la situación laboral y la baja médica». El Instituto Nacional de la Seguridad Social le concedió la incapacidad permanente en grado total para la profesión habitual. La mutua presentó una demanda ante el Juzgado de lo Social ya que sostenía que los problemas de la trabajadora eran de enfermedad común, no producto de un accidente de trabajo. El juez recuerda que se entiende por accidente laboral las lesiones que sufre el trabajador durante el tiempo y lugar de trabajo, tal como se cumple en este caso. Además, la mutua no presentó ninguna prueba para basar su demanda. Incluso una testigo apuntó que la trabajadora llegó muy alegre a su puesto de trabajo y que su jefe la menospreciaba delante del resto de empleados.
La empresa Repsol ha declinado realizar cualquier valoración.
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