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Si el mundo no es el mismo desde el 11 de septiembre de 2001, qué no decir de la ciudad que sufrió el mayor peso de los atentados terroristas. Dos años después de la tragedia, el trauma de aquella terrible mañana perdura en Nueva York y, en opinión de los expertos, todavía quedan muchos años, quizás los 25 que componen una generación, para que los habitantes de la ciudad dejen atrás el recuerdo y vivan el futuro sin temor a pesadillas.

En el recuento de daños con la conmemoración de los dos años, los más fáciles de detectar son, por supuesto, las secuelas físicas. Si bien muchos de los edificios que quedaron parcialmente dañados ya están reconstruidos, muchas oficinas siguen vacías por falta de inquilinos que quieran acercarse a la “zona cero”, el agujero en el que se levantaban las Torres Gemelas.

La herida infligida sobre el Bajo Manhattan con el derrumbe del World Trade Center ha dejado tullida a la zona financiera de la ciudad y faltan todavía diez años para que el proyecto de reconstrucción dirigido por el arquitecto berlinés Daniel Libeskind permita al menos en parte hacer olvidar la pérdida de 3.021 vidas y uno de los conjuntos arquitectónicos más emblemáticos de la ciudad.

Por la misma razón, a pesar de los prometedores signos de recuperación que se detectan en el país, la economía de la ciudad sigue sin repuntar y, con un 8,2 por ciento de paro, mucho más que la media nacional, Nueva York sigue enfrascada en una recesión que comenzó con la caída de la “nueva economía”, se profundizó con los atentados y parece haberse asentado indefinidamente con el ardor bélico de la Administración Bush.

Los gastos de la ciudad siguen subiendo, los impuestos se multiplican y los ingresos siguen sin cuadrar las cuentas, lo que ha obligado al alcalde, Michael Bloomberg, a emprender los mayores recortes en servicios sociales, programas educativos y ayudas sociales vividos en los últimos 30 años. Por si fuera poco, la ayuda financiera prometida por Washington a raíz de los atentados también se ha visto recortada.

Los dueños de negocios se quejan de que la actividad ha caído más de un 35 por ciento en los últimos dos años a consecuencia de la falta de dinero de los habitantes la ciudad y la caída del turismo. Pero también es cierto que la tendencia a la baja se está revirtiendo y que, según los economistas, es probable que en este final de 2003 la ciudad empiece a remontar la pendiente

Y luego están las secuelas físicas a largo plazo, cuyo coste es mucho más difícil de predecir. Unas 200.000 personas de las que presenciaron la catástrofe a pocos metros y todos aquellos que estuvieron en el rescate los días siguientes verán su salud supervisada por las autoridades durante los próximos 20 años.

El objetivo es evaluar posibles efectos dañinos del polvo y el humo inhalado en los momentos posteriores al ataque. Eso fue después de que se descubriera que la Casa Blanca camufló los datos sobre la calidad del aire en los días siguientes a los atentados, “para no causar pánico entre los neoyorquinos”, ha argumentado Washington.

Un balance psicológico palpable

El balance psicológico es mucho más incierto, aunque palpable en cada esquina, en cada cara que se cruza en el metro. Queda claro que los aniversarios no sólo son conmemoraciones oficiales marcadas por la agenda oficial, sino que también están en el calendario interior de las personas.

Por estas fechas, cuentan los terapeutas, muchas personas que vivieron la tragedia en directo y de cerca tienden a revivir sentimientos y sensaciones asociadas con aquella fatídica mañana. Se producen recaídas, regresiones y vuelven las sensaciones de desprotección y angustia. Muchos neoyorquinos nacieron de nuevo el 11 de septiembre y el inconsciente no deja que ese cumpleaños se olvide.

Muestra de que ese impacto permanece se puede apreciar en los resultados de una encuesta que el canal televisivo New York 1, que dejó claro que, a dos años vista de la tragedia, un 20 por ciento de los habitantes de la ciudad dice pensar todos los días en lo sucedido el 11-S.

Conscientes de que los atentados terroristas no se han acabado y de que la Gran Manzana es la que más papeletas tiene en la rifa de ser víctima de una nueva barbarie, los neoyorquinos han aprendido a vivir con una sensación muy parecida a la que vivieron los habitantes de Berlín Occidental durante la Guerra Fría.

Del mismo modo que los berlineses sabían que su ciudad sería la primera en desaparecer en caso de que se declarara la guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, los neoyorquinos viven inconscientemente cada día con cierto temor de que podría ser su último y eso dota a la ciudad de un aire mágico y de una humanidad pocas veces palpada antes.

Eso se demostró de nuevo con el reciente apagón que vivió la ciudad. Tras el susto inicial de creer que se trataba de un atentado terrorista, los habitantes de la Gran Manzana se lanzaron a la calle para ayudar a los demás y festejar en sus calles y plazas como para demostrar su alegría de que estaban vivos. Los neoyorquinos, hasta hace poco famosos por su falta de solidaridad, dieron muestra de un civismo ejemplar, de ganas de ayudar al prójimo, de saber cuidar su ciudad que ahora saben vulnerable.

Otra consecuencia es la forma en la que Nueva York se ha aproximado al resto del país. Hasta los atentados, la ciudad era un ente extraño con respecto a sus demás conciudadanos, sobre todo aquellos del centro del país, que la veían como un lugar marciano, incluso lo calificacaban de “capital del pecado”, según se solía escuchar en boca de los más fervorosos conservadores. Con la tragedia, el país entero se volcó y solidarizó con la ciudad y comenzó a entenderla de nuevo, tendiendo puentes que hasta entonces parecían imposibles de construir.

A pesar de ello, Nueva York sigue sin perder su fortísima personalidad y gran encanto. Experimento hasta ahora inigualado de mezcla de razas, culturas, clases sociales e intereses diversos, la Gran Manzana sigue siendo la definición más exacta del término “ciudad”, con su caos tercermundista, su desarrollo superfluo y su amor por la cultura y la búsqueda de oportunidad. Muchos de sus habitantes llevarán dos años sufriendo pesadillas, pero también siguen eligiendo vivir en la ciudad donde, creen, todos los sueños son posibles.

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Europa Press

Este contenido ha sido publicado en la sección Noticias de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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