El supuesto control tecnológico del riesgo químico en la industria pierde credibilidad día a día. Los grandes fallos representados por la talidomida, Bohpal, Chernóbil, las vacas locas o el cambio climático, convierten en una broma macabra la teoría del “uso controlado” de productos peligrosos. La Comisión de las Comunidades Europeas ha elaborado un Libro Blanco sobre la futura política en materia de sustancias químicas en el que reconoce un importante grado de descontrol. Realmente estamos ante una profunda crisis de ineficacia de las estrategias tradicionales que debían servir supuestamente para controlar el riesgo químico.

El problema viene de lejos

Hace más de 40 años de la retirada del mercado de la Talidomida, un fármaco que se suministraba para evitar el mareo en las mujeres embarazadas y que entre 1959 y 1964 provocó una epidemia con cientos de casos de malformaciones congénitas. El medicamento, fabricado por el laboratorio Guiness de los Estados Unidos, dejó de producirse. Actualmente ha saltado de nuevo la polémica por su posible utilización para otras aplicaciones especialmente como fármaco antisida.

El 2 de diciembre de 1984 en Bohpal, capital del estado indio de Mahya Pradesh, se produjo una fuga de gas letal proveniente de la empresa norteamericana Unión Carbide. Una nube tóxica con 40 toneladas de un producto cuya composición aún no se ha hecho pública pero que causó 8.000 muertos e innumerables secuelas. El presidente de Unión Carbide se encuentra en paradero desconocido. Diecisiete años después Dominique Lapierre y Javier Moro acaban de publicar el libro “Era medianoche en Bohpal” (Editorial Pla-neta) en el que claman por el esclarecimiento de los hechos y por la justicia para las víctimas. Denuncian estos autores que un ciudadano indio vale doscientas veces menos que un americano de acuerdo con la valoración “económica” que en su día realizó la multinacional responsable del desastre.

El 26 de abril de 1986 se produce una avería en el reactor nº 4 de la Central Nuclear de Chernóbil en el norte de Ucrania. Como resultado de la avería queda destruido el reactor y son lanzadas a la atmósfera gran cantidad de partículas radioactivas en el más grave accidente nuclear no bélico de la historia. Las autoridades locales ocultaron en un principio a la población y al mundo la verdadera dimensión de la catástrofe como consecuencia de la cual han tenido que ser desalojadas 415 poblaciones de un área de 1.700 km2.

Luego nos ha llegado el problema del cambio climático o la llamada crisis de las vacas locas cuyas consecuencias tardaremos años en conocer o tal vez en sufrir en nosotros mismos. Últimamente, la explosión en un complejo químico de Toulouse en Francia. Pero todo ello con un común denominador: la evidencia de que estamos sometidos a tecnologías de alto riesgo que distan mucho de estar bajo control.

Estamos volando a ciegas

Más de 60 millones de trabajadores europeos respiran agentes químicos en el trabajo y unos 32 millones están expuestos a sustancias cancerígenas. En el mercado europeo circulan más de 100.000 sustancias químicas contenidas en un millón de compuestos diferentes. Continuamente se introducen nuevas sustancias de toxicidad mal conocida por la insuficiente información científica en relación con la posibilidad de efectos nocivos sobre el medio ambiente y la salud a medio y largo plazo.

¿Qué se hace para controlar un riesgo de tal magnitud? Hasta ahora las autoridades responsables de la seguridad y salud han ido elaborando normas y poniendo en marcha actuaciones que deberían garantizar nuestro derecho a la salud y a la información. Sin embargo, los resultados no se corresponden en absoluto con las intenciones. Veamos cuál es la secuencia estratégica al uso y sus resultados.

Para empezar, todo el sistema se basa en el conocimiento y el derecho a la información. Es decir, deberíamos poder identificar la composición de los productos que utilizamos y conocer su peligrosidad, para lo cual las leyes obligan a productores y suministradores a facilitar dicha información.

Este derecho a la información se revela como ineficiente en la práctica dado que como reconoce la propia Comisión Europea: “Hay un desconocimiento general de las propiedades y usos de las sustancias existentes. El proceso de evaluación del riesgo es lento, requiere numerosos recursos e impide que el sistema funcione de forma eficaz y rentable… Además de ello, la legislación vigente sólo exige información a los productores e importadores de sustancias, pero no a los usuarios posteriores en la cadena (usuarios industriales y formuladores). Así pues, resulta difícil obtener información sobre la utilización de sustancias…”

Esta confesión pone en evidencia que todo el supuesto sistema de control es en realidad un gigante con pies de barro. Pero sigamos, a continuación deberíamos poder conocer la dosis a la que estamos expuestos, es decir, qué cantidad de sustancia está en el ambiente de trabajo y cuánta es absorbida por nuestro organismo.

También aquí la Comisión Europea es pesimista indicando que “… el procedimiento establecido ha puesto de manifiesto una falta general de información sobre la exposición a las sustancias existentes consideradas. Es más, en muchos casos, las autoridades de los Estados miembros responsables de la evaluación no pudieron determinar todos los usos que han de considerarse de dichas sustancias. Esa falta de conocimientos y el acceso limitado de las autoridades a tal información impiden la vigilancia eficaz del sector químico.”

Por último, si se llega a la conclusión (?) de que una determinada sustancia supone un riesgo, debería prohibirse o limitar su uso y, en todo caso, el empresario debería estudiar la posibilidad de sustituirla o adoptar medidas de control para garantizar la protección de la salud.

Todo este panorama se complica todavía más cuando se constata que las sustancias no se usan de forma aislada por lo que pueden dar lugar a efectos combinados aún menos conocidos que los individuales. Recientemente se ha demostrado cómo las mezclas de cuatro sustancias diferentes pertenecientes al grupo de los organoclorados aumentan el riesgo de cáncer de pulmón, efecto que no se produce cuando se utilizan por separado.

Por último, deben tenerse en cuenta los cambios en el escenario sociolaboral. Las condiciones actuales de precariedad colocan a los trabajadores en la tesitura de tener que cambiar con frecuencia de empleo y actividad con lo que a lo largo de la vida laboral se suceden múltiples y variadas exposiciones a productos tóxicos que en muchos casos, desgraciadamente, solamente se constatarán por sus efectos mientras no se pongan en marcha nuevas estrategias eficaces de control. Estrategias que no pueden sino basarse en la eliminación y sustitución de los productos tóxicos conocidos y en el principio de precaución para los sospechosos de nocividad.

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ISTAS – Alfonso Calera, Pere Boix

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Este contenido ha sido publicado en la sección Artículos Técnicos de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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