El reconocido doctor Luis Rojas Marcos, profesor de psiquiatría en la Universidad de Nueva York, y que fuera responsable de dirigir y administrar los servicios hospitalarios de esa ciudad, dentro del marco de un ciclo de conferencias organizado por The Spanish Institut of New York, habló sobre “Estrés, depresión y violencia: obstáculos que se oponen a la prevención”. Pues bien, ni el marco, ni el erudito público asistente, ni sus impecables credenciales académicas, ni el hecho de ser autor de libros de gran éxito, impidieron que iniciara su parlamento con un sencillo y claro: “Más vale prevenir que curar”.

Esta es, sin duda, una afirmación clave y contundente. Todo aquel que esté relacionado de una manera u otra con la prevención debe tener muy claro este principio. Podemos repetirlo cuantas veces estimemos necesario: “más vale prevenir que curar”.

Sin embargo, a pesar de la claridad meridiana de la afirmación y de que todos, o casi todos, estemos de acuerdo con ella, nos topamos, y cito literalmente un artículo de opinión aparecido en un periódico barcelonés, “con la trágica ironía de que en nuestra sociedad se invierten miles de millones de dólares en busca de curas y una miseria en la prevención de lo que se pretende curar”.

Pocos consideramos seriamente los efectos desastrosos de una conducta que nos vemos incapaces de cambiar. Fumadores empedernidos, alcohólicos impenitentes, golosos incontrolados o tenorios promiscuos no quieren oír hablar de cáncer de pulmón, cirrosis hepática, obesidad o SIDA. Conductores agresivos, enganchados al móvil o detractores del cinturón de seguridad no quieren oír hablar de imprudencia, distracción o muertes en la carretera. Trabajadores que rechazan los más elementales sistemas de autoprotección (cascos, enganches, etc.) no quieren oír hablar de caídas, lesiones, invalidez o accidente laboral. Empresarios despreocupados, industriales con el beneficio a cualquier precio como única obsesión o personas que consideran la seguridad y el mantenimiento como un gasto no quieren oír hablar incendios, explosiones o robos. Y así podríamos continuar con un larguísimo etcétera de ejemplos.

Por el contrario, sí estamos todos de acuerdo en que hay que invertir enormes cantidades de dinero en curar estos males. En paliar esos daños que parecen irremediables.

¿No sería mucho más fácil dejar de fumar, levantar el pie del acelerador, desconectar el móvil mientras conducimos, ponernos el casco en una obra o tomar las debidas precauciones a la hora de efectuar una soldadura? Parece que no.

“En Estados Unidos”, sin ir más lejos, y cito este ejemplo porqué recientemente he tenido la información en mis manos, “el presupuesto para atenciones médicas consume casi el 14% del Producto Nacional Bruto y de esta suma astronómica, el 96% se invierte en tratamientos y sólo un 4% en estrategias preventivas”.

Con casi toda seguridad, el ejemplo sería válido, en mayor o menor medida, para muy distintos campos y la práctica totalidad de países del mundo.

Evitar un accidente no es noticia, pero causarlo sí, y las noticias requieren atención.

La vía reglamentaria: definición de mínimos

No obstante, no quiero ser pesimista. Si bien mis primeras palabras han sido quizás poco alentadoras, entiendo que hay indicios de cambio. Quiero creer que los hay. Bien por obligación, bien porque realmente se está tomando conciencia de ello, se oye ya hablar con frecuencia de la necesidad de prevención, de protección, de seguridad,… y ello debe abrir nuestra esperanza cara a un futuro más o menos lejano.

Las Directivas Europeas y las legislaciones locales son cada vez más restrictivas y estrictas. Sin duda ello conlleva un giro hacia políticas de prevención más activas. En el campo medioambiental, la optimización de los ciclos de vida de los productos, la búsqueda del residuo cero o la obligación de acercarse a una producción limpia, o de usar las mejores técnicas disponibles, son un buen ejemplo de ello. La Norma Básica de la Edificación, la Ley de Ordenación de la Edificación y el recién aprobado Reglamento para la Seguridad Contra Incendios para Establecimientos Industriales, por citar sólo tres ejemplos, también juegan un importante papel a la hora de evitar los peligros propios de un incendio en un edificio o de una mala ejecución de una obra.

Así podríamos mencionar un sinnúmero de directivas, leyes, decretos, normas y reglamentos que pretenden garantizar la existencia de unas seguridades mínimas previas implícitas en todo tipo de proyectos. En una palabra, una vía abierta a imponer las necesarias medidas de prevención de riesgos.

¿Cuál es el peligro que puede representar la existencia de tantos requisitos legales a cumplir? La respuesta es simple: lamentablemente, en muchos casos, se toma el cumplimiento de esos requisitos como el listón a superar en la implantación de cualquier actividad. Y digo lamentablemente porque, en una sociedad con plena conciencia, con una cultura de la seguridad bien arraigada, esos requisitos legales deben marcar los mínimos.

La lógica, el sentido común, deben hacer el resto. El proyectista, el técnico, el industrial, el trabajador… deben ser conscientes de que la obligación legal no siempre significa la solución ideal. El marco legal supone el punto a partir del cual se plantearán los niveles adecuados de medidas de prevención y seguridad acordes a cada actividad. Ese ha de ser uno de nuestros objetivos, garantizar esos mínimos, hacerlos normales y, a partir de ahí, “construir” unos sistemas de prevención suficientes.

Prevención, protección, seguridad y riesgo

Prevenir puede definirse de muchas maneras: preparar, aparejar y disponer con anticipación; precaver; evitar; estorbar o impedir una cosa; advertir, avisar o informar; disponer con anticipación, prepararse de antemano para una cosa. Proteger significa amparar, defender, favorecer. Seguridad es calidad de seguro, es decir, libre y exento de todo daño o peligro; firme. Riesgo equivale a posibilidad o proximidad de un daño.

Los cuatro conceptos se nos presentan hoy estrechamente ligados. La prevención conlleva medidas de protección, las cuales, a su vez, conducen a la seguridad con lo que minimizamos los riesgos.

Y este último concepto que acabo de mencionar, el riesgo, es el que nos va a ocupar a continuación. El título de este artículo acaba con esta palabra y la junta con sociedad, para darnos esa expresión tan de moda hoy en día: “sociedad del riesgo”.

En el prólogo del libro “Converses sobre seguretat” (“Conversaciones sobre seguridad”), del periodista Lluís Reales, el Decano del Colegio de Ingenieros Industriales de Cataluña, don Angel Llobet, plantea la evidencia de que los riesgos no son un invento reciente, los ha habido siempre. Pero añade una matización importante al respecto al decir que, sin embargo, los riesgos de nuestra era son diferentes, y lo son porque han evolucionado. Y lo han hecho por dos cuestiones fundamentales: porque son globales y porque su origen hay que buscarlo en causas también modernas.

La sofisticación tecnológica comporta la aparición de nuevos riesgos. La producción de riqueza social conlleva, a la vez, riesgo. La riqueza y el riesgo o, lo que es lo mismo, el desarrollo y el riesgo no admiten separación, y pueden provocar –ya lo están haciendo– una agravación exponencial de los peligros para la sociedad en general.

De ahí esa denominación actual de nuestra sociedad como “sociedad del riesgo”. Riesgos reales y, en buena parte, riesgos intangibles (o invisibles), para utilizar una expresión más al uso. Riesgos reales tales como el tráfico, el sida, la droga o los incendios, y riesgos intangibles (o invisibles) tales como el agujero de la capa de ozono, el efecto invernadero, la presencia de agua líquida en el Polo, un accidente nuclear, etc.

Es la ciencia quien hace visibles estos riesgos, es decir, la que los fija, y la población la que los percibe. Sin la ciencia no tendríamos conciencia de la existencia de buena parte de los riesgos de esta nuestra moderna “sociedad del riesgo”. Y es a partir de esa percepción de los riesgos por parte de la población que nace la necesidad de abordar muy seriamente la prevención. Todos vivimos estos riesgos como nuestros. Esto crea una conciencia del riesgo y esa conciencia se convierte en un elemento clave de esta sociedad del riesgo en que vivimos.

La tecnología ha pasado a formar parte de la vida de la sociedad actual con una enorme intensidad. Ello ha supuesto la aparición de un juicio crítico sobre esa tecnología y, más concretamente, sobre la industria que la utiliza y desarrolla. Además de los aspectos puramente tecnológicos y económicos, se analizan los riesgos para la salud y la seguridad de las personas, el impacto sobre el medio ambiente y la ética que rodea a las propuestas y decisiones que afectan a esa tecnología. La sociedad se pregunta como es posible que no se adopten las medidas necesarias para garantizar la seguridad en las industrias.

La ocurrencia de grandes accidentes comporta una imagen negativa del desarrollo tecnológico y despierta la inquietud colectiva, la percepción del riesgo que antes he mencionado. De ahí, de esa inquietud, de la exigencia de la gente, nace, ha de nacer, la necesaria cultura de seguridad, la prevención como instrumento clave del desarrollo en nuestra sociedad, la sociedad del riesgo.

Esta es la razón del título de este escrito. No se trata solamente de un título, sino de una afirmación rotunda y cierta: la prevención es, sin ninguna duda, un instrumento clave, imprescindible, del desarrollo en nuestra sociedad actual, la llamada sociedad del riesgo.

La prevención, la seguridad, ayudan a alcanzar los objetivos propuestos, sean empresariales, sean personales, sean sociales. Sus efectos crean sinergias en la eficacia de cualquier gestión. Una buena gestión es clave para la calidad, la producción, el clima laboral, el clima social y también, entre las otras muchas cosas, para una buena imagen externa a todos los niveles.

La seguridad absoluta

La seguridad absoluta no existe. El riesgo cero es una utopía. Sin embargo, debemos hacer lo imposible para acercarnos a ese ideal. La evidencia de que no podemos alcanzar esa seguridad absoluta no debe llevarnos al pesimismo, sino todo lo contrario, debe empujarnos a tratar de reducir al mínimo el riesgo a un coste que sea razonable. Y esta tendencia es la que marca la evolución positiva que está teniendo la cultura de la seguridad en los últimos años en nuestro país.La implicación de numerosos agentes en materia de seguridad y prevención es indicadora, tanto de la complejidad de estos ámbitos, como del grado de desarrollo y concienciación alcanzado por la sociedad.

Esta sociedad del riesgo actual ha impuesto, además, la globalización. Las fronteras entre países no son barreras físicas que aíslen las consecuencias de determinados siniestros. Las nubes tóxicas, la contaminación de ríos que riegan diversos países, los accidentes nucleares, y otros muchos ejemplos que podríamos citar aquí nos dicen claramente que la prevención y la seguridad son también un problema global.

Por tanto, ello no hace sino demostar que los esfuerzos realizados en los países más ricos e industrializados han de tener continuidad, exportarse e implantarse en todas partes. Es decir, de nuevo nos aparece la prevención como un elemento clave del desarrollo en la sociedad del riesgo.

Sin hablar de los riesgos que podríamos denominar como tradicionales –es decir, el incendio, la explosión, los desastres naturales, etc.–, aunque dejando muy claro que siguen existiendo y son mucho más importantes de lo que sería de desear, nuestra sociedad ha puesto de moda términos tan dominantes hoy en día como los riesgos del desarrollo, entre los que destacan, la interdependencia y la interrupción de la actividad.

El colapso de las fuentes de combustible a raíz de diversos conflictos sociales originados por el precio del barril del petróleo, que ha estado muy cerca de paralizar la actividad de algunos países, es el ejemplo más reciente del que disponemos de esos dos términos (interdependencia e interrupción de la actividad).

Los riesgos del desarrollo, consustanciales con nuestra evolución social, son cada vez más numerosos, más diversos y más sofisticados. La incapacidad temporal de un proveedor único, la vulnerabilidad de una sucursal propia que fabrique en exclusiva una pieza imprescindible en un país lejano, la insuficiente formación del personal, las reclamaciones por las causas más inverosímiles, y una multitud de etcéteras son factores de riesgo a considerar y, por tanto, a prevenir para garantizar el desarrollo adecuado de cualquier actividad y, por ende, de nuestra sociedad.

Más que los nuevos riesgos tecnológicos, o juntamente con ellos, está la nueva dimensión que adquiere o debería adquirir la prevención y, en consecuencia, la seguridad.

La prevención es un concepto horizontal y pluridimensional ya que afecta a una gran diversidad de ámbitos en el que intervienen numerosos agentes, públicos y privados. Podemos hablar de seguridad física, seguridad técnica, seguridad jurídica, seguridad en el trabajo, seguridad ciudadana, seguridad social, seguridad ante la enfermedad y ante la vejez, seguridad en la red y un sinnúmero de seguridades más que nos llevaría a hablar muchas horas del tema.

Una cosa sí es cierta, todo cuanto estoy diciendo me lleva siempre a la misma conclusión, una conclusión ya reiterada y repetida a lo largo de estas palabras: prevención, prevención y prevención. Es la clave.

El papel de las aseguradoras

Intentaré ahora un cambio de tercio, que en realidad no será tal porque todo forma parte de un mismo gran paquete, para hablarles de la prevención desde el prisma asegurador. Desde el punto de vista que me corresponde como profesional del mundo asegurador.

Las principales preocupaciones de los aseguradores dentro del sector de la prevención coinciden con el objetivo común expuesto hasta aquí: reducir los ratios de siniestralidad y accidentabilidad. Y esto se logra a través de la concienciación de empresarios, trabajadores y sociedad en general de que la prevención es realmente una forma de aumentar la rentabilidad.

La finalidad última del seguro es indemnizar un daño producido de manera aleatoria y accidental. Un daño que se pueda valorar en euros. Y es importante destacar el término “valorar” puesto que las compensaciones de las aseguradoras son siempre económicas.

Y es importante también el término “indemnizar” un daño por lo que significa de reparación de las consecuencias del accidente, es decir, que el accidente debe haberse producido y causado daños para que entren en acción las coberturas de una póliza de seguros.

Hablando con claridad: el seguro actúa como elemento reparador de un daño, nunca como elemento preventivo del mismo. La esencia del seguro no es preventiva en sí misma y, aunque, en principio, este concepto es claro y conocido, o debería serlo, la práctica ha demostrado que la existencia de un seguro puede significar un problema cuando hay gente que lo contrata para evitar la adopción de las medidas de prevención que deberían inspirar las acciones de cualquier persona responsable.

Es notorio el caso francés con respecto de la responsabilidad civil decenal exigida en la Ley Espineta. Su adopción hizo aumentar el número de reclamaciones posteriores, en buena parte por culpa del propio constructor que, al saberse asegurado por un seguro obligatorio, rebajaba su capacidad de prevención y previsión de los daños a los edificios construidos.

La frase “yo ya tengo un seguro” como respuesta a la pregunta sobre la necesaria toma de medidas de precaución en cualquier instalación, no es un síntoma positivo y aún la oímos con cierta frecuencia.

El papel real del seguro debe ser el de financiamiento de aquellos riesgos que se haya decidido transferir a un tercero -el asegurador- como resultado final de una cadena de decisiones tendente a controlar los riesgos que amenazan cualquier actividad.

Esta cadena de decisiones, esta función directiva tendente a controlar los riesgos que amenazan un sistema con el objetivo de evitar o minimizar las consecuencias de un hecho incierto, súbito y dañoso, se ha bautizado como gerencia de riesgos y ha tenido su inicio en el mundo asegurador.

Es aquí, en la potenciación de la gerencia de riesgos donde las entidades aseguradoras podemos incidir de manera muy especial. Los riesgos amenazan la productividad de una empresa y comprometen sus resultados, y la vida y la hacienda de las personas, y, por tanto, bajo estas premisas, entendemos que nadie puede, ni debe, dejar el futuro en manos del azar.

Asumir la responsabilidad de hacer perdurar el desarrollo de nuestra sociedad del riesgo. Esto es la gerencia de riesgos en su más amplio sentido. Nuestra seguridad no debe verse amenazada por riesgos que se pueden evitar o reducir. Y, por tanto, una vez eliminados aquellos riesgos evitables y reducidos o minimizados los demás riesgos identificados, entra en juego el seguro para hacerse cargo de los riesgos que se precise transferir a un tercero por no ser asumibles por uno mismo.

Esta es la verdadera finalidad del seguro y no otra. Un buen seguro no puede suplir nunca una mala prevención y, sin embargo, sí puede ser un arma muy eficaz, decisiva, como último eslabón de una buena gerencia de riesgos. En el primer caso, un buen seguro para un mal riesgo, la indemnización de la aseguradora sólo será un consuelo. En el segundo, un buen seguro ayudará a superar la desgracia sufrida, a garantizar la superación de la misma y a dar el espaldarazo definitivo a la necesaria continuidad del desarrollo de nuestra sociedad.

Y al hilo de los malos riesgos, es decir, de aquellos riesgos que presentan una alta probabilidad de ocurrencia de siniestro por sus malas condiciones, también hay que comentar algo importante. Las aseguradoras ofrecemos a nuestros clientes, clientes potenciales y mediadores servicios especializados en gerencia de riesgos, es decir, en prevención y seguridad. Ingenierías propias, servicios médicos, revisiones de vehículos (drive-in), asesorías jurídicas, ecétera son, entre otros, elementos directamente dirigidos a potenciar la prevención, a aconsejar a aquellos que lo precisen y estén interesados en como mejorar su seguridad.

Lógicamente, a partir de ahí, a partir de esta oferta de servicios de asesoramiento, las aseguradoras también nos reservamos el derecho de limitar o decidir sobre la suscripción, o no, de ciertas coberturas para aquellos riesgos que no presenten unos mínimos de garantía de preocupación por temas de prevención, así como de ofrecer mejores precios y coberturas a aquellos que nos aseguran un alto nivel de seguridad.

Con ello, entiendo, que las entidades aseguradoras contribuimos a la implantación y promoción de la prevención y de la seguridad, tanto por lo que supone de presión el negarse a suscribir lo que hemos llamado riesgos malos, como por las ventajas ofrecidas a aquellas personas o entidades que representan mayor garantía. Además, lógicamente, y hablando en términos más egoístas, hacemos nuestra propia prevención al conseguir una cartera más saneada y, por tanto, una mejor siniestralidad.

Independientemente, la contribución del sector asegurador en cursos, conferencia, congresos y/o salones dedicados a la prevención; la creación de centros de investigación tales como el Centro de Zaragoza (centro de investigación para el automóvil); la organización de innumerables coloquios, cursos, conferencias y seminarios en los se tratan temas relacionados con la prevención; la colaboración con universidades públicas y privadas; la publicación de revistas especializadas; y un largo etcétera de actividades, son también una manera de ayudar, de aportar un granito de arena importante en el camino hacia la necesaria implantación de una cultura de seguridad.

En las sociedades avanzadas, la prevención de riesgos constituye un hábito que vincula la gestión con los conceptos de calidad y cultura. Es decir, en la medida en que avanza la sociedad, la prevención de riesgos y la seguridad no sólo se concibe como una cuestión personal sino también como una necesidad social colectiva en la que los estados, la administración pública, las industrias, las empresas y las personas físicas tienen que asumir las responsabilidades de los riesgos y actuar en consecuencia.

Conclusión

Estoy convencido de que de que la prevención es una herramienta de competitividad y quiero finalizar transmitiendo este mensaje.

De competitividad entendida en el sentido de que la prevención contribuye a crear una sociedad madura, bien estructurada, con gente formada y concienciada. En definitiva, se trata de incorporar la prevención en nuestras vidas, y también en los negocios, como una forma de rentabilidad inteligente.

Creo que, afortunadamente, éste es un discurso que ya está siendo interiorizado por nuestros industriales y empresarios. Es una demanda que están exigiendo los mismos clientes, una demanda que impone cada vez más nuestra propia sociedad del riesgo.

Nuestro país anda a la cabeza de la siniestralidad en Europa y esta no es una clasificación que honore liderar. El número de accidentes laborales y de tráfico, por nombrar los dos más evidentes, debe obligarnos a encender una luz roja y decir basta. Se impone la prudencia, se impone la prevención.

Repito lo dicho, y lo repito convencido. La prevención es muy rentable. La prevención es un instrumento clave del desarrollo en la sociedad del riesgo, y aquel que no entre en esta dinámica se autoexcluirá de nuestra sociedad.

Retomo el texto con que he empezado mi intervención y acabo, si ningún reparo, con la frase más típica y tópica, pero no por ello menos cierta, que se ha dicho sobre la prevención: “Más vale prevenir que curar”.

0 0 votos
Valoración

Ignasi Serrahima – Ingeniero Industrial, Jefe Ingeniería/Empresas/Suscripción – Winterthur Seguros

Fuente Revista PW Magazine 6

Este contenido ha sido publicado en la sección Artículos Técnicos de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

Suscribirme
Notificar de
guest
:arrow: 
:D 
:? 
8-) 
:cry: 
:shock: 
:evil: 
:!: 
:geek: 
:idea: 
:lol: 
:x 
:mrgreen: 
:| 
:?: 
:P 
:oops: 
:roll: 
:( 
:) 
:o 
:twisted: 
:ugeek: 
;) 
 
0 Comentarios
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios