Leyendo el resumen estadístico de accidentes laborales durante los primeros ocho meses del año 2008, a saber: “767 trabajadores fallecieron en los ocho primeros meses del año, nueve menos que en el mismo periodo del año anterior, según datos del Ministerio de Trabajo e Inmigración. De este total, 586 perdieron la vida en su puesto de trabajo, 576.914 accidentes con baja en jornada de trabajo y 63.224 siniestros “in itinere”.
No es nuestro propósito, en el presente artículo, seguir ahondando en lo que más puede dar de sí la referida información, ya que por sí misma resulta trágica y propia del tercer mundo.
Imagino que el inventario de los accidentes, proveniente de factores de riesgos psicosociolaborales, como lo es el estrés, la depresión y el acoso laboral, aparezcan difuminado por dentro de esos 576.914 accidentes con baja laboral; ya que quienes sufren un estrés profundo y/o depresión a causa de la pobre y desventurada organización, también malviven, sufren y cuestan al estado y a las empresas cuantiosas sumas de recursos.
¿Es o no el profundo estrés y/o la depresión de origen laboral un accidente?
Si la respuesta es positiva, propongamos entonces un baremo para futuros inventarios; pues ya no escapa a la vista de nadie que verdaderamente existen perversos y narcisistas en nuestras estructuras organizativas, constituyendo un latente factor de riesgo a considerar: de probabilidad alta, consecuencias grave y estimación importante.
Una de las conclusiones es que el estrés ocupa el segundo lugar en el ranking de problemas de salud en el trabajo, y afecta a más del 22% de los trabajadores de la Unión Europea.
Los expertos estiman que entre el 50 y el 60% de las jornadas laborales perdidas están motivadas por esta causa; también se afirma que el 70% de los empleados que deciden abandonar una empresa lo hacen por su jefe. Es una obligación ética del entramado empresarial y la administración prestar más atención a los latentes problemas psicosociolaborales de las plantillas y posibilitar su prevención. La organización debe de invertir tiempo y recursos en la formación y auto – percibirse, para ser capaz de enfrentar cualquier actuación de impunidad o fraudulenta, típica de los acosadores.
El “aquí no pasa nada” no es razón suficiente para impedir que el acosador actúe en la consecución de su objeto deseado: el de al menos crear un clima laboral degradante, ofensivo e intimidatorio.
El tiempo, los recursos y las consecuencias en corregir el problema, está fiablemente demostrado, es más considerable que trabajar en el día a día. Ninguna organización deberá promulgarse invulnerable ante la actuación de los acosadores. Lo que sí puede dejar pulcramente definido es que, ante el afloramiento de actitudes acosadoras, cuenta con herramientas efectivas y que se actuará con energía, transparencia y conocimiento de causa.
La propia Ley de Prevención de Riesgos Laborales y la normativa que la desarrolla, en España, sí ofrecen instrumentos para consultar y evaluar con criterios correctivos llegado el caso.
Los acosadores sólo hablan, mienten y actúan cuando encuentran quien les escuche, crean y permitan. Alguna experiencia nos ha de legar esas inconcebibles 586 vidas que se han perdido. Al menos el filósofo Cicerón, en unas de sus sabias máximas nos advierte: “La vida de los muertos consiste en hallarse presentes en el espíritus de los vivos”. De momento y mientras no se consiga, la verdadera integración de la prevención en las empresas y de la propia Administración, que paradójicamente exige a las empresas, devendrán nuevos muertos, aunque ausentes ellos, en el espíritu de los vivos, sopesando los vivos las consecuencias de esos accidentes laborales sin baremo estadístico.
Jorge Chávez Rancel – Técnico Superior en Prevención de Riesgos Laborales
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