Una de las preguntas más usuales es la de por qué se produce la indefensión en la víctima del “mobbing”. Los especialistas coinciden en que esto no sucede porque sea vulnerable, apocada, “desajustada”, loca, masoquista o porque le guste el sufrimiento.

Por el contrario, la respuesta se encuentra en la propia perversión del proceso que le impide entender este tipo de comportamientos. Una vez instaurada una pseudosituación de dominio mediante palabras de seducción y de amenaza simultáneas, el agresor consigue hacer dudar al agredido de su propia percepción y la confusión que le genera lo paraliza, le impide defenderse.

La víctima no puede creer que el hostigador busque su destrucción. Intentará entonces encontrar explicaciones y procurará disolver el conflicto que no logra identificar, explica la célebre experta francesa Marie France Hirigoyen.

Tampoco hay posibilidad de enojo porque no hay un problema visible: sólo señales difusas que capta y le dan una idea vaga de que hay algo latente que la está afectando. Su constante sentimiento de frustración le impide recuperarse de cada microataque porque el agresor le impide que pueda comprender lo que sucede, manteniéndolo en la incertidumbre. Y cuando todo parece haberse calmado, otro ataque se manifiesta. Que el agredido advierta este mecanismo patológico no le conviene al acosador ya que reaccionaría y saldría del juego destructor.

Pero aparece también otro fenómeno: la naturalización de la violencia. El entorno y la propia víctima, tal como sucede con las mujeres golpeadas, consideran naturales tales comportamientos, como parte de la vida, que es lo que siempre sucede. Se alude a “internas”, a “conflictos personales” y se buscan las más variadas justificaciones que sólo contribuyen a mantener invisibilizadas las prácticas de violencia psicológica.

Esto se explica con el concepto del síndrome del “desamparo aprendido” que pone de manifiesto la progresiva mutilación del instinto de defensa que experimenta la víctima. De no resultar afectado este impulso primario podría enfrentar la situación poniendo límites o actuando en consecuencia. Los propios afectados son los que encubren la violencia al negarse a hablar, con lo cual el miedo y el silencio se erigen en los cómplices perfectos para enmascarar a los acosadores en la atmósfera de confusión que también crean.

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Patricia Barbado – Presidenta de la Fundación Magna para la Promoción de la Dignidad en el Trabajo, Argentina

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Este contenido ha sido publicado en la sección Artículos Técnicos de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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