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Aparte de esa aparente paradoja, quizá el rasgo distintivo de la adicción al trabajo sea su imagen social: mientras que los alcohólicos o los consumidores de drogas ilegales son mirados con una mezcla variable de compasión y reproche, los “workaholics” -es la creativa expresión inglesa para ellos, algo así como “trabajólicos”- aparecen a menudo como ciudadanos modélicos, gente responsable y ambiciosa que juega la carta del éxito.
Porque, y ahí está la gran pregunta, ¿dónde se puede trazar la frontera entre el currante ejemplar, capaz incluso de hacer más de lo que se le manda, y el adicto al trabajo? ¿Acaso la vida moderna no nos exige a todos un poquito de esta adicción? «Lo importante no son las horas trabajadas, sino el motivo por el que las estás metiendo: es una adicción si se trata de una decisión del propio trabajador y si, en caso de no hacerlas, uno se siente mal, ansioso, culpable», explica Mario del Líbano, de la Facultad de Ciencias Humanas de la universidad castellonense Jaume I. Su equipo, junto a investigadores de la Universidad de Utrecht, en Holanda, ha confirmado mediante un estudio la validez de una escala que mide esta adicción a través de diez cuestiones, de las que cinco diagnostican el exceso de trabajo y otras cinco, esa raíz compulsiva que convierte la laboriosidad en un mal. «En su día libre o en vacaciones -añade el experto-, el adicto estará inquieto, deseando que llegue el lunes o el momento de volver al trabajo. Si puede evitarlo, ni siquiera irá de vacaciones, y si lo hace se llevará su ordenador o estará dándole vueltas a la cabeza».
Como se puede comprobar en la formulación del “test”, las alarmas saltan cuando una persona se siente culpable por librar y es incapaz de relajarse fuera de su empleo. Según diversos estudios, entre el 7 y el 12% de los españoles están enganchados al trabajo a este nivel patológico. Se ha vuelto habitual citar como referencia el caso de los japoneses, que a menudo interiorizan el trabajo como modo de realización personal y le dedican jornadas extenuantes dentro de calendarios sin fechas en rojo: allí, el 20% de la población es “workaholic”, en lo que constituye ya un serio problema laboral. Hay que tener en cuenta que, en el país asiático, está bien visto renunciar a días de vacaciones e incluso algunas grandes compañías proporcionan alojamiento en sus dependencias a los empleados que no se molestan siquiera en regresar a casa. Total, ¿para qué?
Durante mucho tiempo, los investigadores no han tenido claro que esta obsesión laboral fuese nociva, incluso distinguían entre una adicción negativa y otra positiva, que se podría equiparar al compromiso con el trabajo o con la empresa. Pero, a medida que se van aclarando conceptos, se le atribuyen desórdenes de todo tipo: «Tiene consecuencias en la salud: estas personas dedican poco tiempo a dormir, se fatigan y tienen complicaciones derivadas del estrés, como úlceras o afecciones cardiacas. También surgen problemas familiares, porque descuidan su círculo. Y, finalmente, hay repercusiones laborales: no saben trabajar en equipo y quieren hacerlo todo ellos. Como en cualquier adicción, es un proceso que va degenerando», analiza Mario del Líbano. La incidencia de esta compulsión en el rendimiento laboral tiene su miga: ¿es que una plantilla de “workaholics”, el sueño húmedo de cualquier empresario, no produciría buenos resultados? «No, no resulta rentable potenciar la adicción al trabajo. A corto plazo, quienes la sufren dedican mucho tiempo a sus tareas y sí son productivos. Pero, a largo plazo, asumen demasiados retos y su rendimiento baja, a la vez que el ambiente en el lugar de trabajo se deteriora».
Menos felices
En su estudio, publicado en la revista “Psicothema”, los especialistas de la Jaume I y la Universidad de Utrecht dedican un apartado al vínculo entre esta adicción y el «bienestar psicosocial», donde se comprueba que, cuanto más enganchado se está al trabajo, peor percepción se tiene de la propia salud y de eso que llamamos felicidad. De hecho, en las fases más avanzadas, no es raro combinar el trabajo compulsivo con el consumo de algún tóxico: «Cuando alguien tiene una adicción, es más probable que tenga otras -resume el autor-. Así, los que fuman fumarán más, y algunos consumirán sustancias para, por ejemplo, dormir menos».
Como en todas las adicciones, el primer paso para recuperarse es tomar conciencia del problema. En este caso, además, el afectado tiene un montón de excusas al alcance de la mano: siempre se puede echar la culpa a la presión de los jefes, o a la necesidad de ganar las alubias para sacar adelante a la familia, o a la competitividad agudizada por la crisis… «La negación es un aspecto básico de toda adicción -recalca Del Líbano-. Se suele recomendar que la persona anote en un papel las horas que dedica a trabajar y las que invierte en otras actividades, para comprobar la diferencia». A partir de ahí, cada persona es un mundo y tiene que seguir su tratamiento, pero el investigador recuerda también la parte de responsabilidad que corresponde a las empresas: «También tienen que tomar conciencia para no reforzar las llamadas “conductas heroicas”, como trabajar quince horas», avisa.
Algunas tareas se revelan particularmente propensas a desembocar en una compulsión. «Es más probable en el caso de trabajadores cualificados que ocupan puestos en los que se pueden desarrollar profesionalmente, sobre todo si se trata de personas responsables, controladoras, perfeccionistas. Hay profesiones como la de docente investigador, la de periodista o la de arquitecto que resultan muy motivantes y dan autonomía para organizar el trabajo». Porque la paradoja del primer párrafo tenía truco: antes de que su entusiasmo degenere en problema, el adicto siente algo así como un grato “subidón” de trabajo. «La adicción -recuerda el investigador- empieza porque produce sensaciones placenteras».

EL TEST
Este cuestionario es la versión reducida de la llamada “escala holandesa de adicción al trabajo”. A cada afirmación se responde con un 1 (nunca o casi nunca), un 2 (a veces), un 3 (a menudo) o un 4 (siempre o casi siempre). Los resultados son preocupantes si la media supera 3,25, con la peculiaridad de que hay dos mediciones implícitas: las preguntas número 1, 2, 4, 6 y 8 detectan el trabajo excesivo, mientras que las otras cinco se concentran en la compulsión.

1 Parece que estoy en una carrera contrarreloj.
2 Me encuentro continuamente trabajando después de que mis compañeros ya lo han dejado.
3 Para mí es importante trabajar duro incluso cuando no disfruto de lo que estoy haciendo.
4 Generalmente estoy ocupado, llevo muchos asuntos entre manos.
5 Parece que un impulso interno me lleva a trabajar duro, es como un sentimiento de que es algo que tengo que hacer tanto si quiero como si no.
6 Dedico más tiempo a trabajar que a estar con mis amigos, practicar hobbies o hacer actividades de placer.
7 Me siento obligado a trabajar duro, incluso cuando no lo disfruto.
8 Me encuentro a mí mismo haciendo dos o tres cosas al mismo tiempo, como comer y tomar notas mientras estoy hablando por teléfono.
9 Me siento culpable cuando tengo un día libre en el trabajo.
10 Me resulta difícil relajarme cuando no estoy trabajando.

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Este contenido ha sido publicado en la sección Noticias de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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