El amoniaco, gas causante de la nube tóxica de Toulouse, es un precursor básico en la industria de fertilizantes, que en España ha causado numerosos episodios contaminantes en la ría de Huelva. El amoniaco se diluye en contacto con la atmósfera pero, en ambientes cerrados, alcanza muy rápidamente una concentración nociva y, al desplazar al oxígeno, puede causar la muerte por asfixia en pocos minutos.
En cualquier circunstancia, es lacrimógeno y corrosivo en ojos, la piel y el tracto respiratorio. La inhalación de altas concentraciones puede originar edema pulmonar y, además, la evaporación rápida del líquido puede producir congelación. Además, tiene muy alta toxicidad en organismos acuáticos que pueden pasar a la cadena alimentaria.
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