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La mayoría son latinos. Un estudio denuncia que estuvieron expuestos a partículas de asbesto sin la protección adecuada.

Apenas un mes después del derrumbe de las Torres Gemelas, Edison Alberto Saldarriaga, un paisa de 23 años que hace tres llegó a Nueva York, empezó a notar que ya no podía subir las escaleras como antes. Su apetito se redujo, perdió varios kilos de peso y una congestión en la garganta le dificultaba la respiración.

Saldarriaga es uno de los cientos de inmigrantes indocumentados contratados para quitar las gruesas capas de polvo que cubrieron decenas de edificaciones al sur de Manhattan tras los atentados del 11 de septiembre. Él, con guantes de látex y tapabocas, se dedicó a limpiar un edificio a tres cuadras del desaparecido World Trade Center.

Ahora, y según un estudio recién publicado, se denuncia que la exposición sin la debida protección de estos trabajadores a los asbestos (sustancia usada en mezclas aislantes), partículas de vidrios y polvos cáusticos, puede haberlos dejado con problemas graves de salud, incluso con riesgo de desarrollar cáncer.

Los trabajadores, la mayoría colombianos, ecuatorianos y peruanos, no recibieron las máscaras adecuadas con filtros de aire ni herramientas profesionales de limpieza, y debido a su condición de ilegales, no tienen seguro médico.

En una clínica móvil instalada por seis semanas cerca a Ground Zero (el sitio de la tragedia) de enero a febrero, más de 400 personas reportaron mareo, tos, irritación de la garganta y los ojos, insomnio y pérdida del apetito, según los resultados dados a conocer la semana pasada.

Lo particular de estos casos, dijo el doctor Steven Markowitz, quien dirigió el chequeo médico, es la persistencia de los síntomas, “incluso después de terminar de trabajar en el área”.

La atención médica fue patrocinada por el Queens College, el Comité de Salud Ocupacional de Nueva York y el Proyecto de Trabajadores Latinoamericanos (PTL), fundación que asiste a inmigrantes indocumentados.

Secuelas psicológicas

Jorge Rodríguez, colombiano de 29 años, participó como voluntario en la remoción de escombros. Además del golpe emocional de tener que lidiar con partes de cuerpos humanos, Rodríguez también empezó a experimentar mareos, ardor en los ojos y presión alta. Hoy, dice, tiene que usar gafas todo el tiempo pues los ojos se le irritan con gran facilidad. “Desde que estuve allí estoy más nervioso y la presión permanece alta”.

Aunque el colombiano sí recibió una máscara con filtro de aire, dice que no la usó todo el tiempo pues le incomodaba a la hora de cortar hierro.

Los síntomas respiratorios son atribuidos a las partículas de vidrio mezcladas en el polvo, pe-ro los mareos y la fatiga son más preocupantes. “No tenemos idea de que sustancia pudo causar esto”, dice Markowitz.

Lo que sorprende es que funcionarios ambientales locales han restado importancia a los potenciales riesgos presentados por la calidad del aire en el área. La Agencia de Protección Ambiental de E.U. asegura que pruebas en la zona del desastre han arrojado bajos niveles de asbesto.

El director ejecutivo de la fundación PTL, Oscar Paredes, dice que seguirán examinando tra-bajadores para tener una muestra más significativa. “El problema que enfrentamos es que las enfermedades por químicos son muy difíciles de detectar a corto plazo. Pueden pasar años antes de que aparezcan en un examen médico”.

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El Tiempo

Este contenido ha sido publicado en la sección Noticias de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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