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Dos de los afectados por el síndrome Ardystil que trabajaron en la empresa de aerografía Aerotex afirmaron este miércoles que los propietarios de esa industria, J.J.C.O. y J.M.M., acusados en la causa, eliminaron pruebas antes de una inspección y vulneraron la orden de clausura decretada por la Administración.

Aránzazu Burgos, uno de los testigos, señaló durante la decimoquinta sesión del juicio por este caso que, entre junio y julio de 1992, una vez descubierto el síndrome laboral, ella y algunos de sus compañeros de Aerotex comenzaron a trabajar por la noche, mientras que por el día la factoría estaba cerrada.

Por otra parte, ratificó su declaración prestada ante el juez instructor en la que relató que, con ocasión de una inspección de sanidad, las encargadas de la fábrica se llevaron en un coche botes de pintura y disolvente por orden de los dueños “para que no pudiesen ser localizados”, si bien puntualizó que ahora no lo recordaba.

Otro empleado de esta empresa, Rafael Calatayud, afirmó que él mismo presenció cómo J.J.C.O. y J.M.M. les decían a unos compañeros suyos que “cogieran las garrafas de los productos y las arrojaran a una pila, o las metieran en el coche y se deshicieran de ellas porque iba a venir una inspección”.

Este miércoles declararon un total de diez trabajadores de Aerotex, Aerografía Textil, Ardystil y Aeroreig, y todos ellos coincidieron en la inexistencia o insuficiencia de mascarillas de protección en sus respectivas empresas, así como en las largas jornadas laborales, a veces de doce horas, que soportaban.

Indicaron ante el tribunal de la sección tercera de la Audiencia de Alicante que en el interior de las factorías se formaba una especie de “nieblina” o “vapor” procedente de las pinturas que se usaban para la aerografía y que las naves carecían de ventilación.

Además, muchos de los afectados afirmaron que, cuando trabajaban, sus mucosidades eran del mismo color que la pintura que estaban utilizando, sufrían ataques frecuentes de tos, fatiga y otros síntomas como sangrado nasal.

“Pensábamos que sangrábamos porque el ambiente era muy reseco”, señaló Raquel Aznar, de Aerografía Textil, en tanto que un trabajador de Ardystil, David Calatayud, narró que cuando iba al médico para contarle este problema, éste siempre le diagnosticaba un resfriado.

Este último empleado contó que, después de producirse la primera víctima mortal por el síndrome, en febrero de 1992, la dueña de la empresa, J.Ll.S., trasladó al equipo que se ocupaba de la impresión textil por plancha a otro taller cercano.

Jaime Carpio, de Aerotex, afirmó que él y otros compañeros se afiliaron al sindicato Comisiones Obreras para pedir mejoras y, cuando acabaron sus contratos, los propietarios no les renovaron.

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Este contenido ha sido publicado en la sección Noticias de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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