Esta semana se cumplen doce años desde que el Ministerio de Sanidad concediese seis meses para que los fabricantes de cementos, tejidos ignífugos y otros productos con amianto encontrasen otra fibra sustitutiva a este aislante. Aunque desde 2002 está retirado del mercado español, estudios recientes indican que en España habrá muertes debido a la exposición al amianto hasta el año 2040.
Una mala noticia que coincide con el aniversario de la prohibición del crisotilo, último tipo de amianto blanco. Hay que recordar que el amianto blanco es un producto fibroso, su inhalación puede provocar, a largo plazo, cáncer de pulmón, de pleura o asbestosis. De hecho, el sindicato Ugt ha solicitado la creación de un fondo para compensar a las víctimas del uso de amianto, como sistema para evitar que sus indemnizaciones dependan de “costosos procesos judiciales que, en muchas ocasiones, llegan demasiado tarde”.
En noviembre de este mismo año se hicieron públicos los resultados del estudio desarrollado por Alfredo Menéndez Navarro, catedrático de Historia de la Ciencia de la Universidad de Granada, investigadores del Instituto de Salud Carlos III, el Consorcio de Investigación Biomédica de Epidemiología y Salud Pública y el Ministerio de Sanidad. En él se hacía hincapié en que seguirá habiendo muertes por la exposición al amianto al menos hasta el año 2040. Las más de ellas por causa de mesoteliomas pleurales y carcinomas de pulmón.
El amianto como tal se encuentra aún de manera común en edificios, tuberías y tejados. Su uso y comercialización se generalizó entre los años sesenta y noventa. Según el estudio citado, más de dos millones de toneladas de amianto se importaron en España en los cien años desde 1906 hasta su prohibición definitiva en 2002.
Los investigadores afirman que sufriremos las consecuencias durante muchos años. De hecho, cientos de personas mueren cada año en España a consecuencia de tumores de mesotelio provocados por la exposición al amianto. El problema es que los síntomas de los daños causados por el amianto tardan entre quince y cuarenta años en manifestarse, unido al hecho de la casi total imposibilidad de encontrar testigos y pruebas.
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