Para la mayoría de los individuos, una elevadísima porción de su tiempo vital, activo y consciente está ocupado por el trabajo. Sólo viven ajenos a esta realidad los niños, los jubilados y los desempleados por distintos motivos. No es baladí, por tanto, el efecto producido sobre nuestra felicidad o infelicidad por el ámbito laboral.

Podemos llevar una vida social satisfactoria, sabernos apreciados por la familia o los amigos o disfrutar de aficiones enriquecedoras en el tiempo libre, y sin embargo sentirnos desdichados por culpa de un trabajo esclavizador o molesto. Y a la inversa, puede también suceder que las gratificaciones derivadas de un oficio o empleo enriquecedor lleguen a compensar carencias de otro género y ayudarnos a sobrellevar contrariedades de la vida. No pocas veces la tan denostada adicción al trabajo constituye un eficaz paliativo de otras dolencias.

Las grandes transformaciones experimentadas por los modos de trabajo y las vivencias que ellos comportan -no es lo mismo el asalariado-esclavo del siglo XIX que el oficinista de nuestro tiempo- han ido alejando a la actividad laboral de su condición de castigo bíblico, pero perviven en nuestro mundo desarrollado infinitas situaciones en las que el trabajador se siente explotado, maltratado, sometido a una fatal condena que no alivian ni sus derechos sindicales ni la posibilidad de tomar la baja temporalmente para reponer fuerzas.

La insatisfacción en el trabajo guarda una relación directa, por supuesto, con las bajas retribuciones o la dureza física o psicológica de las tareas que desempeñar. Sin embargo, a menudo es una percepción subjetiva difícil de explicar a quienes envidian la buena posición del insatisfecho («No sé de qué se queja, con el chollo de empleo que tiene») porque depende de factores que no suelen ser tenidos en cuenta en los estudios sobre calidad de vida en el trabajo.

Básicamente, puede definirse la satisfacción laboral como el resultado de la relación entre expectativas y recompensas. En la medida en que las ilusiones depositadas en un empleo se vean cumplidas por el trabajador, éste se sentirá satisfecho. Dicho así parece una obviedad, pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que esas expectativas o aspiraciones no son unánimes. Un operario de una cadena de montaje se conformará con que el encargado no le apremie demasiado y con que a final de mes le llegue la nómina puntualmente, pero su compañero de al lado tal vez espere verse promocionado a una escala superior o recibir felicitaciones por su rendimiento. Tampoco es igual la situación de quien ha podido escoger el tipo de trabajo porque se acomoda a sus gustos y cualificaciones que la de quien, inclinado a otras actividades, lo hace por necesidad de supervivencia.

A menudo las principales gratificaciones del trabajo son más de índole social y psicológica que económicas o de éxito. Eso explica el mayor grado de conformidad observado en quienes ejercen oficios y profesiones vocacionales o prestigiadas. Pero tampoco en éstas está asegurado el bienestar del trabajador si el ambiente laboral es hostil (como en el caso de profesores de grado medio, por ejemplo) o si las tareas se desenvuelven en condiciones de presión exagerada. Frente a la idea del trabajador-máquina sólo valorado por su productividad, el trabajador-individuo reclama el gusto por la labor bien hecha, el compañerismo, el trato humano por parte de los jefes, la empatía con los clientes y otras recompensas invisibles pero no por ello insignificantes, pues es en éstas donde encuentra mayores fuentes de realización personal. Téngase en cuenta que el trabajo ocupa uno de los primeros lugares, si no el primero, entre las experiencias de socialización de los seres humanos.

Es algo que economistas y sociólogos del mercado vienen constatando hace tiempo. Aunque no está comprobada la correspondencia entre satisfacción y productividad, parece evidente que a la larga unos trabajadores aceptablemente contentos con su tarea ofrecen mayores garantías de resultados. Pero incluso aunque así no fuera y no se obtuviese el éxito empresarial, el éxito humano justificaría la preocupación por un buen clima de trabajo. Algunos teóricos e investigadores sugieren que el rendimiento tiene un significado más amplio que la producción.

No son pocas las pequeñas empresas, las cooperativas o las estructuras alternativas de producción alternativas sin pretensiones de grandes beneficios, a los que anteponen las gratificaciones personales de los sujetos en un ambiente agradable. Y es que a nadie se le puede pedir que deje en la puerta de la fábrica sus expectativas de felicidad, de comunicación, de reconocimiento o de bienestar personal para volver a tomarlas cuando suene la sirena de salida.

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El Correo – José María Romera

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Este contenido ha sido publicado en la sección Artículos Técnicos de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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