VENTURAS Y DESVENTURAS DE UN PREVENCIONISTA (Homenaje a Gila)

Vine al mundo un 29 de Febrero de 19xx y como no podía ser de otra manera, por precaución o “prevención” usaron forcex para que saliera. Como mi padre y mi madre no se ponían de acuerdo para celebrar mi cumpleaños, el 28 de Febrero o el 1 de Marzo, optaron por que el niño sólo lo celebrará cada cuatro años y por lo tanto, recibía cada 4 años regalos por esta celebración. ¡¡¡Qué suerte la mía!!!
Ya desde chaval demostré gran interés por la prevención, de hecho acabé con la paciencia de todos, especialmente de mi madre, quien optó por la directa, que el niño se encargue de todos los trabajos en altura, por lo que tuve el placer de estar 20 años limpiando los cristales, cambiando bombillas, etc. Allí iba yo todo exultante, con mi escalera, el cubo, el trapo, el cristasol, el papel de periódico, mi cuerda que me ataba a la cintura y amarraba a una argolla, o cuando cortaba el automático para poner la bombilla y se me olvidaba conectarlo, nos poníamos morados a comer pescado que “gracias a mi pericia” se había descongelado. ¡¡Qué jartá a comer pescado!!
Desgraciadamente, no conté con las “gracias” de la familia y en especial mi hermano, cuando serró un peldaño de la escalera y me di un buen golpe en la cabeza (por no llevar el casco, de hecho quizás ni existían en aquellos años) y ya, desde ese momento, me quedé con “el niño no es así de nacimiento, es del golpe que se dio”.
Grato recuerdo guardo de mi época en el colegio, ya allí hice mis primeros pinitos preventivos, cuando al Padre Damián le aconsejé que no era bueno el jugar al fútbol con sotana y más cuando probó el sabor de la piedrilla del campo al caer de bruces o cuando a Albertito le dije que no era conveniente subirse al árbol a pelo para coger la pelota, que mejor cogíamos la escalera y nos demostró a todos “in situ” las teorías de Newton, que por cierto dábamos esos días en física e incluso llegamos a calcular la velocidad con la que cayó el pobre Albertito. Muchos amigos hice en aquella época, tantos que llegaron a ponerme un mote y todo, “ten cuidado que viene “el gafe””.
Ya en el bachillerato las cosas cambiaron, lo que antes era gracioso, al parecer pasó a ser molesto, especialmente para mi profesor de química, al que no le hacía la más mínima gracia verme vestido de astronauta cada vez que hacíamos una práctica o que llevase un extintor adosado a mi cuerpo, aunque lo que realmente le molestaba eran mis preguntas sobre qué tipo de repercusiones podían tener sobre nuestro cuerpo la exposición a tanta sustancia química. Jamás olvidaré cuando A.G.M. no midió bien la succión con la pipeta y le pegó un buen trago al hipoclorito sódico, más conocido por lejía. Al final, con tanta pregunta Don M.D.S. optó por liberarme de las prácticas de química.
Por no hablar de las de prácticas de biología o música. Nadie sabrá como afectaron las clases de música a mi columna vertebral, bueno sí, si os digo que mis padres decidieron que tocara el acordeón y la academia (ahora escuelas de música) estaba a 2 km. de mi casa.
Buenos tiempos aquellos, nos dábamos unas hostias de campeonato y nadie demandaba a nadie, simplemente, éramos niños y dejaban que nos curtiéramos en el campo de batalla (la escuela, instituto, etc.)