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En Francia han llegado a su momento culminante con los suicidios en una conocida empresa de telecomunicaciones, que pusieron en evidencia prácticas de organización del trabajo manifiestamente poco saludables. A raíz de ese caso, el Gobierno francés ha insistido en una exigencia que atañe a todos los países europeos: es responsabilidad de las empresas que el trabajo no sea peligroso para la salud de sus trabajadores. Y en España, donde oficialmente casi ni hay cáncer debido a causas laborales, donde la salud laboral es casi exclusivamente accidentes, varios miles de empresas, en cambio, han empezado a evaluar esos riesgos psicosociales.

“La discrepancia entre la exigencia propia de un trabajo y el control que se tiene sobre el mismo, por ejemplo, aumenta la mortalidad cardiovascular en un 120%. Es una evidencia probada”, indica el doctor Salvador Moncada, del Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud (Istas). “Aunque los datos son discutibles, se calcula que el 21% de la mortalidad cardiovascular es atribuible a problemas laborales. Es casi como el tabaco” (responsable del 29% de las muertes por enfermedad coronaria).

El segundo grupo de enfermedad que crece en relación con esos desequilibrios en el trabajo es la depresión y otros sufrimientos mentales. “Cuando el entorno es estresante, también sabemos que aumenta el consumo de alcohol y se vuelve a fumar”, indica la doctora Lucía Artazcoz, experta en salud laboral de la Agencia de Salut Pública de Barcelona.

La mala vida que conllevan ciertas prácticas laborales, de las que todos los estudiosos abominan pero que se utilizan de forma extensa desde hace años, depende básicamente de la consideración. Del respeto. Del tener en cuenta que los empleados son personas con capacidad de crear y aprender y con necesidad de planear su futuro. Por eso para los expertos, el problema no son en sí las horas, las tareas o la variabilidad, sino su desequilibrio con las expectativas, la autonomía, el apoyo del grupo, las compensaciones…

¿Muchas horas? “No provocan sufrimiento ni enfermedad si las decide uno y el resultado valió la pena. Impactan negativamente si se hacen obligadamente, porque no hay más remedio, porque uno se acaba de divorciar y hay una hipoteca y dos hijos… y se queda sin más vida que el empleo”, explica Lucía Artazcoz.

¿Movilidad? Puede ser una oportunidad de conocer otro lugar. Incluso una nueva experiencia familiar. Pero ha de compensar y tener un mínimo equilibrio entre el esfuerzo de moverse (dejar otra casa, vida personal, un entorno conocido) y lo que se recibe (sueldo, perspectivas profesionales). “Moverse en sí, a pesar de la buena prensa de la palabra movilidad, es más bien un perjuicio para la salud. Se pierde el entorno que se conoce, la familia y los amigos que dan apoyo, las raíces, la seguridad, el equilibrio familiar”, describe Lucía Artazcoz. Por eso enferma a quien sin desearlo ni convenirle se le impone –a veces un viernes por la tarde y por correo electrónico– un traslado a 400 kilómetros de su casa sólo a cambio de seguir trabajando. Los suicidios de la compañía francesa, antes pública y ahora jugándose un sitio a dentelladas en el mercado más feroz actual, el de las telecomunicaciones, “son un síntoma extremo de la hiperflexibilidad”, en palabras de Francisco Longo, director del Instituto de Dirección y Gestión Pública y profesor de Dirección de Recursos Humanos en Esade. El fondo de lo que ocurre “tiene que ver con lo que ya ha desaparecido y lo que aún no se ha construido del todo”, reflexiona Longo.

Por un lado, ha desaparecido el tiempo como valor positivo. Tradicionalmente las empresas a las que uno aspiraba, donde se quería trabajar, ofrecían un lugar donde ejercer la profesión, donde hacer carrera. El tiempo era un factor a favor. Con ese aprendizaje uno podía tener más control sobre su futuro. “Hoy el factor tiempo es un enemigo, juega en contra, nos habla de envejecimiento, obsolescencia y, por lo tanto, incertidumbre”, resume Longo. Sobre ese fondo se despliega otra gran contradicción: “La empresa necesita para triunfar mayores dosis de compromiso que antes, necesita como nunca la implicación, tener todo el talento a su disposición, pero a cambio da menos que nunca. Es una paradoja de nuestro tiempo”, indica el profesor de Esade. A su juicio se han añadido desequilibrios innecesarios en las prácticas de recursos humanos. “Para conseguir el equilibrio hay que manejar la flexibilidad y la movilidad con dosis adecuadas de estabilidad y certidumbre”. Restablecer un contrato entre lo que se da y se pide, que si hoy no se puede garantizar estabilidad en el empleo, quien entregue su talento sepa que a cambio su valor de mercado será muy alto, que siempre será empleable. “Ese mecanismo de equilibrio obligaría a tratar a los trabajadores como personas, a recuperar una visión humanista de las empresas”, concluye.

La doble carga, la laboral y la familiar, es uno de los riesgos psicosociales más acusados entre mujeres , junto con un control bajo sobre sus tiempos de trabajo (un horario variable e imprevisible genera en esos casos una gran angustia) y las escasas posibilidades de desarrollo.

Entre hombres, afecta especialmente que su tarea tenga mucha exigencia sensorial o cognitiva (precisión, mucha atención) y el control escaso sobre sus tiempos de trabajo. Destaca tanto en hombres como mujeres una baja integración en la empresa, algo muy común en los empleos precarios en los que se han de mover sobre todo los jóvenes.

Factores de riesgo

Exigencias
“¿Tiene que trabajar muy rápido? ¿Tiene tiempo de llevar al día su trabajo? ¿Le cuesta olvidar los problemas de trabajo? ¿Su trabajo requiere que esconda sus emociones? ¿Requiere mucha concentración? ¿Que se calle su opinión?”. Son algunas de las preguntas de los tests (en este caso el Cuestionario Psicosocial de Copenhague) de evaluación de riesgos psicosociales que intentan detectar si la exigencia de una tarea es excesiva. También incluyen el peso de la doble presencia, en casa y en el trabajo.

Capacidad de control
El nivel de autonomía al realizar la tarea, la posibilidad de aplicar en ella los propios conocimientos y de desarrollar habilidades es el segundo pilar sobre el que se asienta el trabajo saludable. Según los estudios de riesgos psicosociales, la ausencia de iniciativa, de posibilidad de aprendizaje de cosas nuevas, la monotonía, el no encontrar ningún sentido a la tarea que se hace o no poder decidir sobre el momento de descanso enferman.

Apoyo social
Los compañeros, la competitividad, la colaboración, el estímulo positivo o negativo de los superiores inmediatos, el trabajar aislado, el recibir información con suficiente antelación de los cambios que afectan al futuro particular de cada uno, todo ello influye en el bienestar laboral y en la salud. Prácticas como la de no permitir a los jefes de equipo permanecer más de tres años seguidos en el puesto para no crear vínculos personales han resultado devastadoras.

Compensaciones
El concepto compensación incluye el salario –adecuado al esfuerzo–; el reconocimiento y la valoración de la tarea hecha; el control del estatus; la certeza sobre el futuro como trabajador en esa empresa; las perspectivas de promoción; el respeto, la propia estima, el trato justo. El desequilibrio entre lo que se da y se recibe es una de las grandes fuentes de malestar. Este apartado reúne aquellas variables que interfieren en el control del propio futuro.

Incertidumbre
La inquietud que da la falta de información sobre la propia empresa, los cambios de tarea sin formación adecuada o las modificaciones de los horarios contra la voluntad del afectado siembran de incertidumbre la vida de los trabajadores y dan lugar a otra de las dolencias laborales: ansiedad y depresión.

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La Vanguardia

Este contenido ha sido publicado en la sección Noticias de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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