Forman una población laboral heterogénea y móvil, difícilmente clasificable en una categoría estadística bien definida, por lo que resulta difícil cuantificar el número de efectivos. Un indicador indirecto podría ser el diferencial de población ocupada en las diferentes épocas del año, en especial entre el tercer y el cuarto trimestre de la Encuesta de Población Activa (EPA). Según estos datos estaríamos hablando de unas 150.000 personas, quedando fuera una buena parte de la economía sumergida. Son animadoras socioculturales, camareros, camareras de piso, cocineros, dependientes de comercio, jornaleros del campo, etc. Todo indica que en los últimos años el grueso de los temporeros agrícolas y del sector servicios lo formaban los trabajadores extranjeros, pero esta tendencia se ha moderado en los últimos tiempos.

El trabajo estacional es el punto de partida para la inserción en el mundo laboral de algunas personas, pero también el ingreso al trabajo precario y marginal para otras. El trabajo estacional es muy exigente, alguna de sus características más definitorias son las largas jornadas y los elevados ritmos de trabajo que implican una total entrega al trabajo y el olvido y la negación de la salud a la espera de que finalice la temporada. En este periodo de tiempo el organismo ha de responder de forma brusca a elevadas exigencias físicas y psíquicas derivadas de las puntas de actividad, las demandas de los clientes y las de los empleadores, que hacen repercutir sobre los trabajadores sus propias limitaciones. En estas condiciones los riesgos para la salud son minimizados y la salud es puesta entre paréntesis.

Los trabajadores estacionales tienen perfiles muy diversos. Hemos hablado con Manuel, trabajador agrícola en una finca sevillana dedicada al melocotón y la ciruela. Él es fijo discontinuo pero, como es delegado de prevención, se preocupa por la salud de los más de 300 temporeros que llegan cada mes de mayo a su lugar de trabajo y nos muestra esta primera dimensión del problema de forma clara y contundente: “Los temporeros saben que si no trabajan, no cobran”.

También hemos hablado con Carlos, acomodador en uno de los teatros más lujosos de Valencia. Carlos trabaja para el teatro a través de una ETT y si se pone enfermo tampoco cobra: “Si me encuentro mal cambio el turno con un compañero, pero sé que no cobro”. Carlos firma un contrato por obra para cada función en la que realiza de acomodador, así que sólo firma contratos si está sano.

Antonia es una estudiante de psicología que en verano trabaja como camarera en un chiringuito de moda de Ibiza. Son tres meses de trabajo durísimos y no se puede poner enferma: “Si te pones de baja, las presiones son enormes. Tiene que ser algo muy grave para dejar de ir”.

Los trabajadores estacionales, por otra parte, han de hacer frente a un cúmulo de incertidumbres: en ocasiones ausencia de contrato escrito, horarios de trabajo irregulares, duración del contrato no establecida, remuneración dependiente de horas trabajadas, incentivos, propinas, etc., mientras viven en la urgencia e inmediatez para responder a su patrón. La gestión de la mano de obra se limita, las más de las veces, a la estrecha vigilancia del patrón o del encargado. Están en todos los sitios pero son invisibles y, sin embargo, gracias a ellos la localidad en la que trabajan puede vivir todo el año de la temporada.

Antonia es nacida en Ibiza, pero estudia psicología en Valencia. Está a punto de acabar su carrera y ya lleva varios veranos trabajando como camarera en uno de los chiringuitos de moda de su isla natal. Es la forma que tiene de recoger una buena cantidad de dinero que le ayuda a mantenerse todo el año. Ella sabe que en el mes de junio va a trabajar desde las 5 de la tarde hasta las 2 de la mañana seis días de siete que tiene la semana: “Sé que voy a perder entre 8 y 10 kilos porque prácticamente no dormimos”, señala sonriendo porque acaba de finalizar los exámenes. Cuenta que no todo acaba a las 2 de la mañana: “Siempre se alarga un poquito más y después de una jornada de trabajo como esa tienes que tomarte una copa con los compañeros o con los amigos para que baje el estrés. Finalmente acabas acostándote, casi todos los días, a las 4 o a las 5 de la mañana”.

Son muchas horas, pero lo peor no son las piernas: “Llegas a casa que ni te notas los pies, pero lo peor son los clientes borrachos y los jefes autoritarios”, afirma esta estudiante de psicología: “A veces te entran ganas de pegar un golpe en la barra y decir: aquí os quedáis, pero te salva el buen rollo que hay entre el grupo de camareros y camareras del local”.

Carlos trabaja de octubre a junio y constata que entre los trabajadores que cubren la temporada del teatro también se dan problemas: “Las cargas de trabajo están mal repartidas y no hay nadie que se ocupe de revisar estas cuestiones”. También los ritmos son abusivos y desiguales: “Estás toda la tarde parado y de repente no paran de llamarte”. La ETT, por supuesto, no se ocupa de esto, se limita a cobrar y a pagar. Y tampoco la empresa principal se hace cargo de racionalizar el trabajo.

Algunos estudios ponen de manifiesto cómo estas condiciones de trabajo se traducen en fatiga y estrés, falta de sueño y desarreglos alimentarios. Por otra parte, se ha constatado en estos colectivos una elevada frecuencia de trastornos musculoesqueléticos, de accidentes de trabajo y de infecciones. A estos problemas se añaden otros como las dificultades para llevar una vida afectiva y familiar regular, alteraciones del humor (ansiedad, depresión), elevado consumo de sustancias psicoactivas (alcohol, cannabis, cocaína…) para mantener el ritmo, olvidarse del trabajo o “estar en la fiesta” como compensación.

“Con la situación actual –explica Manuel–, los temporeros se pegan un porrazo con la escalera y al día siguiente vuelven a trabajar”. Manuel constata que los accidentes que se producen en la finca (caídas, cortes, accidentes con los remolques) se producen más con los trabajadores estacionales: “Van muy a la carrera y así suceden más accidentes”, explica.

La temporalidad del empleo, la variedad contractual junto a las carencias en la regulación de estos sectores hacen que las estructuras de prevención, ya insuficientes para las actividades y los lugares de trabajo más estables, no alcancen a estos colectivos.

Las actividades preventivas más “habituales”, como las evaluaciones de riesgos, la información y formación o la vigilancia de la salud, simplemente son inexistentes.

Carlos explica cómo la formación para la prevención de riesgos laborales se limita a “tres hojitas que te proporciona la empresa de trabajo temporal (ETT) y que tú te has de leer por tu cuenta. Y firmar como que te las has leído”. En la prevención de riesgos se ha observado, también, un deterioro en los últimos años. Carlos lleva cinco temporadas en el mismo teatro y en las dos primeras, al principio de temporada, los trabajadores recibían una formación básica en prevención de riesgos laborales, pero en la actualidad esa formación ha sido sustituida por la lectura de las tres hojitas.

Manuel relata que los delegados de prevención se esfuerzan para que los temporeros sean conscientes de los riesgos y han conseguido que la empresa tome medidas preventivas: “Hemos conseguido que la empresa incorpore a los remolques un prolongador que evita accidentes, pues muchos de los trabajadores temporeros que no estaban habituados a ello se pisaban los pies”.

Finalmente, un obstáculo para la introducción de mejoras es que, en el imaginario colectivo, estas condiciones de trabajo generadoras de riesgos para la salud aparecen como inherentes al trabajo estacional. Si en general esto es así, es decir, se tiende a naturalizar las malas condiciones de trabajo, esta tendencia es todavía más acusada en el ámbito del trabajo estacional.

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Rafael Gadea

Rafael Gadea – Revista Por Experiencia – ISTAS

Fuente Revista Por Experiencia

Este contenido ha sido publicado en la sección Artículos Técnicos de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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