La ciudad se ha convertido en un espacio que no cesa de crecer en complejidad, a pesar de lo cual su protagonista por antonomasia, el ciudadano, no renuncia a dotarlo de la habitabilidad imprescindible que garantice la calidad de vida que ansía. Las dificultades no son pocas y no siempre es fácil acertar con la solución, sobre todo cuando el interés económico aparece en escena convertido en dificultad insalvable.

La sociedad industrial y tecnológica ha supuesto la aparición de un mundo salpicado por agentes contaminantes de los que el ruido, a veces, es de los más pertinaces: vehículos, aviones e industrias han dado lugar a un mundo lleno de ruidos que bombardean nuestros oídos con sonidos indeseados hasta provocar no sólo molestias sino también enfermedades orgánicas y psíquicas. Progreso y decibelios parecen unidos, por ejemplo, el exceso de ruido generado por las motocicletas de pequeña cilindrada resulta con frecuencia insoportable para el oído humano cuando su presencia en los circuitos urbanos es constante, y lo que más nos sorprende es la actitud pasiva de las autoridades encargadas de controlar el tráfico que con rara frecuencia inmovilizan tales vehículos.

Los ciudadanos de la civilización industrial vivimos inmersos en un mundo de ruidos que se han convertido en inseparables de nuestra vida. El progreso tiene sus paradojas. Caminamos de la mano de un alto nivel de contaminación acústica: autopistas, aeropuertos, bares, discotecas, a veces la misma calle, etc., son algunos de los escenarios en los que la música u otros sonidos alcanzan elevado volumen hasta convertirse en símbolo de nuestro tiempo, pero también es la manifestación más evidente de contaminación sonora. No todo el mundo se conforma con esta situación y cada día aumentan los ciudadanos agobiados y enfadados que protestan por la epidemia acústica que han de soportar. Sirva de botón de muestra las constantes quejas contra el fenómeno del botellón.

España, país ruidoso

De todos los países desarrollados los españoles somos los que más motivos tenemos para quejarnos, no en vano España es el país más ruidoso de Europa y el segundo del mundo después de Japón. Para la Dirección General de Medio Ambiente, las causas radican en la desorganización urbanística, el tráfico, en nuestros hábitos culturales y, sobre todo, en la falta de control de los ruidos industriales. El ruido ambiental generado por las actividades humanas ha crecido en los últimos años de forma espectacular, es necesario aclarar que no sólo en España, hasta convertirse en uno de los contaminantes más molestos y que más directamente repercuten en el bienestar de los ciudadanos. Los efectos del ruido se hacen molestos por encima de los 70 decibelios.

En España un 74 por ciento de la población está sometida a un nivel que rebasa esta cifra, que en las grandes aglomeraciones urbanas es aún mayor, y se calcula en 500.000 los trabajadores que se ven obligados a soportar en su actividad diaria niveles superiores a los 85 decibelios. Afortunadamente no todos los individuos perciben el ruido de la misma manera.

Las personas que tiene que dormir con un nivel sonoro superior al umbral de los 35 decibelios en su dormitorio ven perturbado su descanso. El ruido influye negativamente en la memorización y resolución de problemas, favorece la distracción y perturba la concentración, por lo que resulta evidente su repercusión en el medio escolar, como se ha confirmado con los escolares de Coslada, población cercana al aeropuerto de Barajas (Madrid), que presentan notables dificultades de aprendizaje.

Calidad del ruido

La población de cualquier país está expuesta a unos niveles de ruido que se mueven entre los 35 y 85 decibelios, pero es por su origen que los ruidos pueden resultar suaves murmullos, gratificantes para el espíritu o en ruidos agresivos para el cuerpo y la mente, y es entonces cuando surge el problema. Es verdad que quizá el ruido, al menos el que soportamos a diario, no mata pero sí que produce víctimas. Desde hace años numerosos trabajos científicos evidencian los efectos perjudiciales que para el hombre tiene el ruido. Pueden ser fisiológicos, cuya manifestación más frecuente es la pérdida de audición, y psicológicos, que se traducen en irritación y cansancio, y otras disfunciones que repercuten en la vida cotidiana y de relación.

Una exposición durante ocho horas diarias a un nivel sonoro superior a los 75 decibelios puede producir una pérdida de audición de evolución lenta y progresiva, cuyos síntomas tardan en manifestarse y cuando lo hacen son difíciles de corregir. Más del 46% de los trabajadores de la industria del automóvil tienen disminuida la audición y parecidas situaciones se dan en la construcción y las fábricas textiles. En este tipo de empleos, las molestias auditivas aparecen a los cinco años y sus síntomas más frecuentes son pitidos, cansancio, dolores de cabeza y ansiedad. La sordera producida por el ruido es irreversible por la incapacidad de las células internas del oído para regenerarse.

Variedad de ruidos, variedad de molestias

Al igual que no todas personas perciben con igual intensidad el ruido tampoco éste es de la misma naturaleza. Así como las personas introvertidas son más sensibles que las extrovertidas, la repetición de un sonido es más irritante a ritmo lento que rápido; la permanencia junto a una fuente sonora tiende a disminuir la molestia que nos resulta siempre menos soportable en casa que en la calle; los ruidos continuos agobian más que los discontinuos; los innecesarios más que los necesarios y los evitables en mayor medida que los inevitables.

El rechazo al ruido provoca un incremento en los niveles de adrenalina, lo que produce una hiperestimulación seguida de sobrexcitación que puede traducirse en conductas desordenadas. Lo más habitual es que se produzcan trastornos del sueño y de la comunicación oral, que es una grave perturbación por su importancia en la conducta humana, por lo que cualquier agente que dificulte esta capacidad deberá considerarse nocivo. La perfecta inteligibilidad sólo es posible cuando las palabras llegan al oyente sin sufrir modificaciones ni enmascaramientos por el ruido de fondo, que, además, obliga a elevar la voz y produce sobreesfuerzo y cansancio en los órganos fonadores.

Muchos médicos opinan que el ruido tiene gran incidencia en el aparato cardiovascular al aumentar la tensión arterial, la arterioesclerosis y el infarto de miocardio. El sistema respiratorio también se resiente ya que al aumentar la frecuencia respiratoria el aire disponible en los pulmones disminuye. Las úlceras y trastornos gastrointestinales son también más frecuentes entre las personas sometidas al ruido, y, por si fuera poco, también la reproducción y la sexualidad pueden verse alteradas. Ante esta situación no puede sorprendernos que cada vez sean más los colectivos ciudadanos que protestan y demandan de las autoridades que atajen las agresiones acústicas de bocinas de coches, motocicletas, maquinaria de obras públicas, autobuses, metropolitanos, sirenas de ambulancias y policía, camiones de basura, música de discotecas y bares, etc.

Se hace imprescindible una legislación que controle la emisión de ruidos. Ya hay países como Suiza, Suecia y Australia que han iniciado la lucha contra esta epidemia del ruido que resulta intangible pero perniciosamente detectable y perfectamente medible. Resolverla no es fácil pero si necesario y su solución contribuirá a lograr ciudades verdaderamente habitables. Todo gobierno, en cualquier nivel de la administración, que quiera realizar una correcta política medioambiental debe tener en cuenta la agresión que supone estar expuesto de forma continuada a los decibelios.

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Este contenido ha sido publicado en la sección Artículos Técnicos de Prevención de Riesgos Laborales en Prevention world.

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